La crispación forma parte de la democracia

Las imágenes de la bronca entre Trump y Pelosi nos recuerdan que la crispación, a veces, es parte de la democracia

En las últimas horas hemos visto imágenes sorprendentes sobre la grave crispación política que se vive en Estados Unidos. Primero, asistimos a cómo todo un presidente de la nación, Donald Trump, le negaba el saludo a la presidenta de la Cámara y tercera autoridad del país, Nancy Pelosi. A continuación, sin salir del asombro, observamos cómo esa misma representante rompía con gesto de desprecio el discurso pronunciado por el propio Trump. Aunque las comparaciones son siempre odiosas, es como si el Rey de España se negase a saludar a la presidenta del Congreso de los Diputados, Meritxell Batet, y posteriormente ésta pisotease los folios de su intervención. La bronca, lógicamente, hubiese sido monumental.

Si recordamos lo ocurrido en Estados Unidos es para reflexionar sobre la imagen excesivamente negativa que los españoles tenemos, a veces, de nosotros mismos. EEUU es una antiquísima democracia y ninguna costura del sistema se ha roto porque dos altas autoridades se comporten de una manera zafia o maleducada. En España, sin embargo, cualquier bronca parlamentaria se observa como algo intolerable y achacable a déficits democráticos. Pero es cierto que, pese a su comportamiento execrable, ni Trump ni Pelosi pusieron en duda en ningún momento las bases fundamentales de su sistema democrático. En España, sin embargo, al mismo tiempo que el Monarca inauguraba oficialmente la XIV Legislatura, un grupo de diputados y senadores nacionalistas protagonizaron un acto paralelo en el que se atacaba (educadamente, eso sí) a una institución, la Monarquía, que es uno de los pilares de nuestro sistema constitucional. Tras la careta de las buenas maneras se pueden esconder tendencias radicales y sumamente peligrosas para la convivencia en común.

Sólo hay que estudiar las principales democracias occidentales, desde la británica a la italiana, pasando por la francesa, para caer en la cuenta de que la crispación, las broncas e incluso los insultos suelen formar parte del día a día de la vida política y parlamentaria de estos países. Eso no justifica algunas actitudes, pero, como se suele decir popularmente, le quita hierro. Es deseable que el Parlamento sea el lugar del debate reposado y del acuerdo, pero hay veces que, debido a la propia naturaleza de la política, esto es imposible. La vida parlamentaria española puede parecer en los últimos tiempos un poco crispada. Y de hecho lo está. Pero no más que muchas otras democracias con una trayectoria más larga que la nuestra. El conflicto, a veces acalorado, es parte esencial de todo debate.

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