Vox amaga con retirar su apoyo al Gobierno

Más le valdría a Vox templar su discurso en Andalucía y centrar sus fuerzas en influir todo lo posible en el Ejecutivo autonómico

En política es muy importante que los partidos sepan qué esperan los ciudadanos de ellos en cada momento. El gravísimo error de Albert Rivera fue no comprender que su electorado no quería que se convirtiese en un líder de la derecha española, sino en un político centrado capaz de llegar a acuerdos tanto a un lado como al otro del tablero político, y que diese estabilidad a un sistema cada vez más amenazado por los populismos de diversa índole. Su equivocación la pagó cara, tanto que tuvo que abandonar la política. Su sucesora, Inés Arrimada, parece ahora dispuesta a rectificar el tiro, dándole oxígeno a Pedro Sánchez para restar la influencia sobre el presidente de la izquierda radical y los nacionalismos periféricos. Puede gustar más o menos, pero es una estrategia completamente lógica y, sobre todo, útil para España y el sistema constitucional. En Andalucía, por su parte, Ciudadanos ya ha demostrado su condición de partido bisagra al pactar tanto con el PSOE de Susana Díaz como con el PP de Juanma Moreno, con el que forma ahora Gobierno. Esta estrategia de los naranjas ha facilitado un largo periodo de estabilidad política que hubiese sido imposible con la atomización que suele caracterizar ahora a todas las cámaras de representantes. Por su parte, Vox también ha colaborado en esta estabilidad política de la comunidad andaluza, aunque con alguna palabra más alta que la otra. Por eso no se entiende ahora la amenaza de Vox de abandonar su apoyo al Gobierno andaluz como represalia al apoyo de Cs a Sánchez en Madrid. A nadie se le escapa que algunas de las propuestas de Vox, como las de la izquierda populista, generan división social y crispación, pero la formación de derechas siempre podrá vender que sin su apoyo parlamentario hubiese sido imposible el cambio político en Andalucía, algo que era muy recomendable por una simple cuestión de higiene democrática. Si retira ahora su apoyo al Gobierno andaluz perderá este argumento y, además, cometerá la torpeza de allanar el regreso de los socialistas al poder, lo cual no tiene por qué ser negativo, pero seguro no gustará mucho a su electorado. Más le valdría al partido de Santiago Abascal templar un poco su discurso en Andalucía y centrarse en utilizar su peso parlamentario (que no es poco) en conseguir influencia sobre las decisiones del Ejecutivo y en sacar adelante la mayor parte posible de su programa electoral. En política es muy importante saber cuál es la fuerza de cada uno y aprovecharla al máximo. Lo otro, las amenazas airadas, suelen tener muy corto recorrido.

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