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El Gobierno nace entre la bronca y la confusión

El Ejecutivo nació ayer con los peores augurios, pero tiene el derecho y la obligación de gobernar. Todos deberían comprender esto

Nadie puede poner en duda la legitimidad del Gobierno que Pedro Sánchez, investido ayer presidente por el Parlamento, anunciará en los próximos días. Sencillamente, porque el líder socialista ha cumplido con todos los requisitos que establece la Constitución para formar un Ejecutivo. Podrán gustar más o menos sus apoyos y pactos, pero todos los votos de los diputados del Parlamento -incluidos los de los antiguos aliados de ETA- valen, como no podía ser de otra manera, lo mismo. España es una democracia avanzada y sólida, y ayer lo volvió a demostrar, por mucho que los independentistas catalanes se desgañiten dentro y fuera de nuestras fronteras para demostrar lo contrario. Sin embargo, Sánchez debe ser muy consciente de que renueva la Presidencia del Gobierno en medio de una descomunal bronca política, que ayer, al igual que durante todo el debate de investidura, se evidenció de una manera meridianamente clara. También que su mayoría es exigua e inestable, y que no da para emprender aventuras políticas de especial calado. Se equivocará el presidente del Gobierno si se empeña en gobernar como si la sociedad le hubiese dado un cheque en blanco. Sólo tiene que mirar los números de su propia investidura.

Comentario aparte merece el bajísimo nivel que exhibieron ayer casi todos los diputados. Algunos, como Montse Bassa, tocaron el fondo del absurdo y la vergüenza ajena cuando, tras un discurso sensiblero y adolescente, llegó a afirmar que le importaba "un comino" la gobernabilidad de España. Todo tras haber firmado un pacto con el PSOE para, precisamente, asegurar esa gobernabilidad a cambio de unas cesiones por parte del Ejecutivo central que aún no han sido explicadas del todo por Pedro Sánchez. La confusión es otro de los escollos que se vislumbran en el horizonte. Por su parte, la oposición no ha mostrado en estos días su cara más moderada y educada.

El nuevo Gobierno de España nació ayer con los peores augurios debido a su debilidad aritmética y a la fractura política (ya veremos si social) que se observa en el Congreso, pero tiene el derecho y la obligación de gobernar lo mejor posible para aplicar los compromisos adquiridos en los programas electorales de PSOE y Podemos. Por su parte, la oposición debe emplearse a fondo en controlar esta acción de Gobierno. Ésa es la esencia de la democracia parlamentaria. Sin embargo, para ello hace falta un mínimo de respeto en las deliberaciones del Congreso, empezando el que se debe hacia otros poderes del Estado, como el Judicial, o hacia la Corona. Por lo visto ayer, va a ser difícil de conseguir.

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