NO sé si está bien, siento mala conciencia y remordimiento en mis ideas. No soy de los que desean la victoria de la derecha, pero un cierto regustillo a venganza me recorre, yo pecador, si pienso en que gente que se ha acomodado durante decenas de años en el poder, que ha medrado a la sombra de una ideología digna y esperanzadora, que ha dedicado su batalla particular a mantenerse en el puesto antes que al bien común, está viendo ahora, a la luz de las encuestas, su privilegio en peligro. No hablo del político que, a fin de cuentas, ha afrontado cada cuatro años el veredicto del electorado, sino de esa cohorte de asesores de no se sabe qué y de coordinadores de planes indeterminados para nadie, que han hecho de este país su coto, seguros siempre de la victoria. No les vendrá mal a ellos un poco de zozobra, la misma inquietud que durante toda su vida soporta cualquier trabajador normal.