Polémica Cinco euros al turismo por entrar en Venecia: una tasa muy alejada de la situación actual en Cádiz

CUANDO comencé a publicar artículos, allá por el año 2008, mi padre me decía que no escribiera de política. Me da miedo, escribe de lo que quieras, de política no. Por aquel entonces Pacheco aún reinaba en Jerez y yo era tan insignificante como ahora. No escribas de política, te lo dice tu padre. Tampoco quería que me fuese de guardia a comisaria a atender a los ladronzuelos y demás detenidos, ni que fumase por la calle. Quería protegerme de la vulgaridad de la vida. Era ingenuo como todos los padres que en el mundo han sido.

Pero mi padre sabía que no hay fanal que nos proteja del daño. Sólo palpando la realidad y el alma de las cosas podremos alcanzar la grandeza o al menos reconocernos sin imposturas. Era consciente de mi debilidad porque me veía triste más de una vez, sin llegar a entender lo que pasaba. Siempre me ha gustado estar a la intemperie.

Si mi padre viera que hoy detienen y encarcelan a los políticos, que sólo se fuma por la calle y que la abogacía, la profesión más humana que se puede ejercer, está ahogada por leyes sin sentido; comprendería que su esfuerzo por prevenirme de la vulgaridad fue en vano.

Estoy huérfana de su protección, de sus prevenciones, de su ternura. Estoy huérfana de su mal genio, estoy huérfana de su sabiduría, estoy huérfana de su mirada y de su debilidad. Estoy huérfana de su humillante vejez, huérfana de sus enfados. Estoy huérfana porque no puedo conseguir que se sienta orgulloso de mí. Estoy huérfana porque no puedo oírle cantar. Estoy huérfana porque no tengo quien me enseñe y me discuta, quien me advierta de la vulgaridad de la vida. Estoy huérfana para siempre.

Por eso escribo tanto de política, por rebeldía. Por ver si viene a reñirme, por si se enfada y me dice que por qué no hablo de Cervantes, por qué no de Velázquez, que por qué no de la nostalgia o de la fe, o de todo aquello que nos alimenta el espíritu y nos conforta y nos aparta y previene de la vulgaridad.

No pienses, me dirá, que en los museos no hay arte, ni en los libros literatura, ni en los juzgados justicia, ni en Europa fe. Mira, busca, siente, escribe. Pero no soy capaz de mirar de verdad, me duele. Tan sólo escribo artículos de política, una faena de aliño prometiéndome a mí misma que el próximo será un artículo bueno, un artículo de verdad, un artículo de esos que hacía que mi padre me llamara temprano y me dijera: "Ese artículo lo hubiera escrito yo".

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