La vuelta al mundo

Hay una especie hispánica de voluta barroca: denostar a España porque denostamos a España

No es Magallanes, soy yo. Aún no he escrito celebrando la primera circunnavegación, esa hazaña histórica de España, que sucedió hace 500 años. Pero no porque no la vea extraordinaria ni porque no me pasme del valor de nuestros compatriotas intrépidos ni porque no admire el progreso científico de la España de la época, ni nada.

Es que no tengo nada personal que aportar y una columna no está para repetir lo que, con más espacio y más medios e infografías hasta interactivas, ya hacen los periodistas especializados. Tampoco me voy a poner a protestar de que los españoles no celebremos nuestros hitos como los norteamericanos, los ingleses, los franceses, los italianos… Es una especie de voluta barroca: denostar a España porque denostamos a España. Ese tiempo que perdemos dando vueltas (no al mundo, ojo, ojalá, sino a nuestro ombligo) lo podíamos emplear en aplaudirnos y así arreglaríamos lo que criticamos mejor y mucho antes.

Me he propuesto, pues, hacer un poder, y he visto que hay algo de esa heroica vuelta al mundo que quizá todavía no se haya alabado y, en todo caso, no se ha alabado lo suficiente. La vuelta al mundo tiene un mensaje implícito: se viaja para volver. De forma que los menos partidarios de ir dando vueltas tenemos una estupenda coartada para quedarnos en casa, que es la forma menos cansada de llegar. Mario Quintana ya lo dijo en los versos finales de un soneto: «¿Por qué viajar? Se llega siempre a aquí…/ ¿Para qué perseguir las alboradas/ si ellas solas, sin más, vienen a mí?». Una vez demostrado que el mundo es redondo, lo mejor es no darle más vueltas.

Encima, siéndolo, cualquier punto es, si se gira la esfera convenientemente, el centro del globo, con tanto espacio a un lado como al otro, por arriba y por debajo. Una persona consciente de la hazaña hispánica ya puede quedarse tranquilo en su casa, en todo su centro de la esfera, si quiere verlo así; o esquinado, si prefiere sentirse apartado del mundanal ruido, según.

Nuestra deuda con Magallanes, Elcano y los demás navegantes es inmensa y tiene muchísimas dimensiones: históricas, científicas, patrióticas, etc. No descartemos tampoco las sedentarias y sentimentales. De una forma casi sacramental, ellos dieron la vuelta al mundo en nuestra representación y por todos nosotros. Qué bonito es sentarse a la orilla del mar del que partieron y al que llegaron y pensarlo con emoción y con agradecimiento.

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