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La esquina
Feijóo ha intentado convertir el caso Begoña Gómez en uno de los ejes de la campaña electoral para las europeas. Sánchez le ha tomado la palabra: Begoña ha acabado siendo el centro de la campaña socialista. Begoña sí, Begoña no, ésa es la cuestión.
Donde el PP ha visto la mejor baza, junto a la amnistía, para apuntalar su mayoría insuficiente y apuntillar al sanchismo amnistiador y rehén, el PSOE de PS ha encontrado la mejor oportunidad para conducir al electorado a uno de esos callejones binarios marca de la casa: o se está con Begoña o se está con la derecha y la ultraderecha –sin matices–, los jueces prevaricadores y los periodistas mendaces. Una mujer honesta frente a la jauría organizada y reaccionaria que amenaza los valores de la Europa democrática. El progreso, la luz y la esperanza (de su marido enamorado) ante el oscurantismo, la regresión y el fango. El bien o el mal.
No importa que las elecciones de mañana sólo, y nada menos, estén pensadas y organizadas para un Europarlamento cada vez más poderoso e influyente en la vida cotidiana de los europeos –y en el que populares y socialistas han estado colaborando estrechamente para cobogernar la Unión–, lo que toca ahora es recontar cuántos españoles piensan que Begoña Gómez es una víctima y cuántos la consideran una traficante de influencias de alto nivel. Se trata de calentar y movilizar a dos bloques de votantes mayormente hartos, desmotivados y desenchufados.
¿Cómo lo hace Pedro Sánchez? Subiendo un peldaño más en su inacabable escalera populista. No apela a los argumentos, sino a los sentimientos y las emociones, transforma un tropezón legal de su pareja en un asunto de Estado, como un Kirchner cualquiera, y manda a sus ministros papagayos a entonar una oración que es en sí misma contradictoria: extrañeza, malestar y sospechas por la citación judicial a Begoña, y tranquilidad porque la investigación no va a llevar a ninguna parte. Si no hay nada serio, ¿a qué vienen tanto cabreo, tanta reiteración de consignas y tanta trascendencia impostada? Da mucha vergüenza escuchar a la número uno de la candidatura socialista, Teresa Ribera, declarar que la llamada del juez a Begoña “demuestra que está en juego el Estado democrático”. Y da aún más oírla apropiándose del “¡No pasarán!” de Dolores Ibárruri en días trágicos de hace noventa años. Como una Pasionaria verde de pitiminí.
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