La vida ejemplar de Julio Ramos

Estaba por encima de las dos Españas, cuyas miserias sufrió, y al margen de los partidos. Se guiaba por su conciencia

Pocas ciudades habrá tan rácanas y cicateras con sus mejores hijos como Cádiz. Puede que algunos carnavaleros hayan sido homenajeados póstumamente, a lo grandísimo. Pero aquí lo más común es que el muerto va al hoyo y el vivo al bollo. Olvidan a los que no les interesan. Todo lo anterior va porque en Cádiz falleció la semana pasada Julio Ramos Díaz. Era mucho más que un ex decano del Colegio de Abogados, un ex hermano mayor de Buena Muerte o un ex colaborador jurídico del Obispado. Era uno de los gaditanos más ilustres que quedaban, y debería tener el máximo reconocimiento de su ciudad. Pero, claro, con un problema: estaba por encima de las dos Españas, cuyas miserias había sufrido, y al margen de los partidos políticos. Se guiaba por su conciencia.

La historia de Julio Ramos es impresionante. Cuando me la contó, parecía imposible que un hombre como él, que no buscaba vanidades, tuviera esa vida, con la que Dios (en el que tan profundamente creía) le llevó hasta los 92 años. A los que manipulan la memoria histórica se les podría contar su vida, condicionada por las represalias a su padre, un comandante de Artillería, amigo del general Varela, pero también de Alcalá Zamora, que en la guerra civil de 1936 no quiso sublevarse con las tropas franquistas. A la familia la pusieron en la calle y al padre lo encarcelaron en Santa Catalina. Se salvó de ser ejecutado tras unas gestiones con Queipo de Llano, pero cumplió más de tres años en prisión.

Julio Ramos Díaz, tras muchas dificultades, estudió Derecho en Sevilla y fue discípulo de Giménez Fernández, un demócrata cristiano de la CEDA que fue ministro en la República con Lerroux. Sus lecciones le dejaron una honda huella, en lo personal y como jurista.

Julio no se guiaba por colores. Se esforzó por tender puentes entre las dos Españas. Fue amigo de José León de Carranza, con el que se había subido en el coche el día del accidente en Río Arillo. Como letrado trabajó con el alcalde Carlos Díaz y en la Diputación con los socialistas Carlos Díaz, Alfonso Perales. Jesús Ruiz y Rafael Román, del que había sido profesor cuando era seminarista. Colaboró con los obispos de Cádiz desde Tomás Gutiérrez a los tres Antonios: Añoveros, Dorado y Ceballos. Era (o me lo parecía) el abogado más respetado, un referente en Cádiz.

A la política no se dedicó. Decía que sólo lo hubiera aceptado con Giménez Fernández o con Ruiz Giménez. Fue un hombre de fe, demócrata y cristiano, que trabajó por una España y un Cádiz imposibles, lo que pudo ser y no fue. Un hombre admirable.

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