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A la vera del iglú

Aunque el poeta Tato nació en Madrid, le corre por las venas una tinta de calamar flamenco

Tenía razón Fermín Lobatón anteayer en su columna del Diario de Jerez cuando celebraba las risas que hemos echado este año en el congreso de la Fundación Caballero Bonald. Dedicado a «El humor en la literatura», el congreso ha cumplido.

Con creces, porque además el profesor Huerta Calvo nos recomendó al poeta Álvaro Tato (Madrid, 1978). Entre sus libros, citó uno de coplas flamencas. Yo soy muy aficionado al cante por escrito, así que cogí la referencia (Zarazas, en la editorial Hiperión) y ya me lo he leído.

He seguido riéndome de lo lindo, lo que en estos tiempos electorales y en estos días fúnebres, no tiene precio. Por ejemplo con esta bulería retroromántica: «A la vera del iglú/ hay una fuente de hielo/ que es más caliente que tú». O no: «Pisas con tanto salero/ que se derrite la nieve/ a cuarenta bajo cero».

Aunque el autor es capitalino, se inventa un personaje flamenco al que atribuye estas coplas, el Zarazas, criado en Orihuela (que por el Levante bajo hay mucho cante hondo), pero hijo de Zarazas el Viejo, matarife del barrio gaditano de Santa María. La presencia de la provincia de Cádiz en el libro es continua, con bulerías a la jerezana, la sombra del penal del Puerto o los sabores de Paterna, etc. Podríamos a hacer a este Tato un poeta-hijo adoptivo de la provincia.

Arte tiene de sobra y tiene que venirle de nacimiento, porque ya dice él: «Todo se compra,/ todo se vende/menos el duende». Duende y ángel sobran: «Angelito de la guarda,/ ¿a quién estabas guardando/ cuando me hacías más falta?». Duende y requiebro también, y en consonancia con el calendario litúrgico de hoy, encima: «Gitana, cuando me muera/ que me entierren en la luna/ y toas las noches me veas/ menos una».

Juega Tato tanto con la gracia popular («Qué me vienes a vender,/ qué me vienes a comprar,/ si tú me pides la luna/ yo te pido tu lunar») como con los guiños culturalistas. Véase este homenaje, entre muchos otros, a Proust por soleares: «Yo mojé una magdalena/ y me acordé de toítas/ mis alegrías y penas».

Entre tanto juego jovial, asoma la verdad de verdad aquí y allí: «Por la calle de la vida/ va pasando el corazón/ cuesta abajo, cuesta arriba». De bromas y de veras nos regala una alegría contagiosa de vivir, con porqué o sin él, que se agradece en el alma: «Mi casa la llevó el río,/ mi dinero me vendió,/ tú me quitaste el sentío/ y, aunque parezca que no,/ qué buena suerte he tenío».

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