S I es usted de los que piensan que los políticos son todos iguales y que no merece la pena votar; si perdió la fe y pensó en tirarse por los bloques ante tanta corrupción; si opina que los candidatos no dan la talla o si, por la razón que sea, está usted tan indignado que decidió darle la espalda a estas elecciones, como la mejor manera de desquitarse, entonces descubrirá que su venganza será un tanto amarga. Es hasta lógico decidir en caliente, durante la legislatura, que no volverá a votar en su vida, tras oír las noticias ligadas a cualquier escándalo político lamentable. Y a menos que sea usted de hielo, es natural que reniegue de los partidos y de las urnas al comprobar cuánto tarda la administración en concederle una triste licencia, en eliminar los jaramagos para lucir sus parques y solares, en agilizar el transporte público o en adecentar sus inmuebles ruinosos para revitalizar el centro de su ciudad, a la vez que despilfarran sus impuestos en obras y mamotretos que no sirven para nada. Su decepción está más que justificada en ciertos casos. Pero en frío, cuando llega el día de las elecciones, si no vota y actúa al dictado del odio y los cristalitos en las tripas, comprobará durante el recuento, ya derrotado, que se habrá dejado vencer por la furia y la rabia.

Es cierto que cuando toca elegir tres veces en seis meses, cuesta motivarse y hasta situarse. Pero hoy no hay excusa posible y menos para esta provincia. Los más despistados no recordarán que está en juego el futuro de los próximos años de la UE, la que financia nuestras infraestructuras y equipamientos y la mayoría de nuestros proyectos sociales de vida. Lo que ha sido imposible pasar por alto, por la cantidad de obras y calles asfaltadas que se ha acumulado en los últimos meses, es que también toca elegir alcalde. El bombardeo de propaganda le invitará a irse a la playa o a quedarse en casa. Esta vez, dio pereza hasta la tradicional porra con los amigos porque tanto ruido empacha, como ya se refleja en la menor participación en el voto por correo. Pero si renuncia a su responsabilidad, ignorará que sus abuelos no tuvieron tanta suerte y olvidará, al tiempo, que es al concejal al primero que le aporreamos la puerta cuando llegan los problemas, aunque no todos sean de su competencia.

Además, razones para celebrar la fiesta de la democracia no faltan. Son los ciudadanos los que tienen el poder para rompen las encuestas desde detrás de la cortina. Son ellos quienes eligen a su alcalde más por un golpe de corazón que por los programas electorales. Los que no se dejan engatusar y votan pensando sólo en el futuro de sus hijos, el objetivo que iguala a toda la sociedad. Vale, fueron tantas las promesas incumplidas que se quebró la confianza hace años incluso con las propuestas más atractivas. De acuerdo, puede que quienes aspiran a convencernos de que tienen la receta de la felicidad apenas nos tocan la fibra sensible. Pero quizá tampoco nosotros, movidos por la sed de venganza desde ese puntito de soberbia, les prestamos la suficiente atención, como si no fuésemos el espejo en que se miran y sólo fuésemos demócratas de barra de bar. Como usted sabe que esto último no es cierto, la única fórmula para que su venganza sea la más dulce consiste en ir a votar. No lo dude.

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