La hache intercalada

Pilar Paz Pasamar

La vaquilla

Supongo que de las más de tres culturas arcaicas de las que estamos formados los españoles, en cada comunidad se podría rastrear y escoger el mejor de los símbolos para cada festejo en el que no hubiera víctimas inocentes, violencia, churretes y golpetazos. En alguna que otra se suelen hacer divertimientos de éste tipo: a una pava la tiran desde una torre y vaya usted a saber, a un toro se le prenden fuego a las emboladuras de las astas, o se lleva sujeto con cordeles y sometido al suplicio del golpeo y los tirones de cola, y a una vaquilla se le descuajaringa la médula por el mismo sistema. Menos cruento, aunque como espectáculo deplorable, aquello de esponjarse todo un pueblo en zumo de tomate, u otro líquido, o los enzarzados en una lucha intercultural a garrotazo limpio entre judíos, moros y cristianos, que bastante tenemos con lo que ocurre internacionalmente como para crear memorias lúdicas de ese tipo. Creo que al fino humor de los herederos de Al-Andalus le sobran mitos esperpénticos basados en el suplicio de la especie animal y entresacados de retales imaginarios. Sus patrones o héroes fueron hombres y mujeres que vivieron y actuaron real y apasionadamente el tiempo histórico y así lo rubricaron. Pero en cuanto al festejo popular, creo que no hay ninguno que pueda librarse de cierta normativa. Nadie tiene en cuenta que los sanfermines , la fiesta progenitora de la suelta de toros perseguidos, tiene sus reglas peligrosas y armónicas a la vez y a pesar de los cruentos resultados que de ella se deriven. Todo se basa en un reto, el de la agilidad humana y la fuerza de los animales. Todo es alarde humano y retador, como en el antiguo juego de la taurokathapsia griega, de la que se deriva la cuestionada fiesta nacional. Pero qué gracia ni que tradición tienen muchos de los remedos o cebos para el desmadre turístico, que inventan en algunas localidades, revolcándose en barro de cítricos o resbalándose bajo el chorro de las mangueras o martirizando al animal de turno , el cerdo capado entre jolgorio o el pavo desnortado echado a volar o el equino encegado y a trote por las callejuelas. Creo que habría mucho que entresacar del patrimonio festivo que nuestras muchas más de tres culturas nos legaron: arte, sabiduría, artesanía pura, armonía,voces y nombres redivivos, auténticos. Serían otras fiestas, aunque el mugido, el sonido del dolor animal no se escuchara.Todo es proponérselo

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