Kichi opta a la alcaldía con serias posibilidades más que por sus obras, por lo intangible. El intruso, el antialcalde, el activista desaliñado que fuma tabaco de liar, el regidor pintoresco más popular y populista de España, al menos, cuando no sabía ni anudarse la corbata, el que defiende antes al que vende pescado por las esquinas que a su policía, quien se enfrentó al jefe por comprarse un casoplón, el penitente laico que empatiza con los cofrades, quien rompía moldes y criticaba hasta la conquista de América, ese historiador extravagante dispuesto a cambiar la historia de Cádiz con promesas imposibles, el mismo que le planta dos besos al rival antes de que sepa reaccionar, es el candidato favorito del ambiente gaditano. Su gobierno no contó en sus filas con el Nobel de economía doméstica, ni brilló por sus grandes planes, ni falta que le hizo. Porque Kichi emerge sobre el desprestigio en que cayeron los políticos de corte tradicional que presumían de másteres y títulos cuando se demostraron tantos falsos. José María González no estaba preparado. Pero ha convencido al personal de que es una buena persona sin mucho apego al sillón, a la que no le gusta figurar. Esa autenticidad que suple algunas carencias va de suyo para los cargos públicos. Pero visto el aluvión de escándalos y corruptelas que tumbaron al bipartidismo, la cercanía y la honradez parecen valores extrordinarios, frente al profesional de la política que de tanto pisar alfombra y usar el coche oficial, pensó que flotaba, alejándose del ciudadano.

A la hora de evaluar a sus representantes locales, la gente se conforma con la farola encendida, la Policía dando vueltas, las calles y plazas decentes y el transporte público funcionando. El gaditano no pide a sus candidatos ni títulos, ni que les digan por dónde han de cruzar la avenida, ni cuál es su modelo de ciudad y ni siquiera que les representen. Los mismos que le afean a Kichi que no acuda a ciertos actos donde se supone que ha de acudir a un alcalde, por mucho que tenga que conciliar, también censuran a aquellos políticos obsesionados con su imagen, que tratan de tutelar hasta un torneo de dominó en una peña para proyectar su poder. Lo único que le piden los ciudadanos a sus representantes es que no hagan el ridículo y un mínimo de honestidad. Esto último y su brillo singular son los avales de Kichi. Porque la gestión municipal, con un gobierno muy limitado y en minoría, ha sido tan caótica, que él mismo lo ha certificado al cambiar por decreto la mayoría del equipo que le acompañó en sus primeras municipales, hurtando a su militancia esa voz y ese voto democrático tan sagrado, en teoría.

Juancho Ortiz y Fran González son tan buenas personas como Kichi o más, quién sabe. Y al frente de la gestión no lo harían peor ni mejor. Pero a diferencia del alcalde, que generó su marca personal de manera natural, a ambos les lastran las siglas y lo políticamente correcto. El PP atraviesa por su peor momento y el PSOE es incapaz de parecer una familia unida, cuanto menos, alrededor de su candidato. Lo bueno para ellos es que el factor sorpresa ha sido clave las últimas campañas rompiendo las quinielas. Por ello el alcalde que quiso cambiarlo todo, ahora lo único que quiere es que nada cambie.

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