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Mi vacuna me la robaron

Las vacunas se han perdido y nadie sabe cómo ha sido. El consejero Jesús Aguirre imita a los enteraos: "Yo ya lo dije"

Con las vacunas del coronavirus está pasando lo mismo que con el carro de Manolo Escobar. Si ahora hubiera un Carnaval como Dios manda, un COAC de gran categoría, como diría Juan Manzorro, en el popurrí podrían cantar: "Mi vacuna me la robaron/ estando de romería/ mi vacuna me la mangaron/ anoche mientras dormía". Ya sé que ahora tampoco hay romerías, pero es una licencia poética chirigotesca. Nadie ha sabido nunca dónde estaba el carro, y tampoco nadie sabe dónde están las vacunas. Las de Pfizer desaparecieron como por arte de magia, como por un encantamiento del Mago González. Y las de AstraZeneca parece que las han retenido en la pérfida Albión. Vamos a dar una pista: a lo mejor hay algunas en Gibraltar, como el chocolate en los tiempos de Franco, y se pueden conseguir en el contrabando. Con permiso del cierre perimetral.

Las vacunas se han perdido y nadie sabe cómo ha sido. El consejero Jesús Aguirre imita a los enteraos: "Yo ya lo dije", "Yo ya reservé unas cuantas, por lo que pudiera pasar". Esto es de cuarteto: el gachó que intenta vacunarse por enchufe, fingiéndose el tontito, como en el tocomocho. Y esa es otra, con tantos alcaldes que se han enchufado para vacunarse antes que nadie, después faltan dosis. Es lo normal: todo lo que se pierde no está. ¿Los alcaldes y alcaldesas son personas de alto riesgo? Yo creo que sí. A las pruebas me remito, sin ir más lejos.

Siempre falta algo: pestiños, erizos, ostiones… Hasta el vino faltó en las bodas de Caná y fue necesario un milagro. La única vez que ha sobrado algo fue el día de los panes y los peces, y fue otro milagro, además de que todos pusieron lo suyo y nadie mangó nada. Con las vacunas hace falta un milagro, y de los más gordos que se recordarían. Pues a ver quién va a ser el pastor que consiga la inmunidad del rebaño para el próximo verano.

Empezaron por las Aracelis de las residencias de mayores, hasta que pararon el carro. Pasó lo mismo que la noche del otro carro, que lo robaron sin dejar señas. Y ahí tenemos a nuestros Manolos dando el cante de las vacunas en Bruselas. Y ya nadie recuerda que había que mantenerlas muy frías, como si fueran botellines de Cruzcampo. Y eso es lo que hay: nada de nada.

La gente no respeta ni que estamos en Carnaval. Con las vacunas ha sucedido lo mismo que ocurría con las entradas de la final del Falla, que desaparecían, no se sabe cómo. Así que el remedio es el mismo: sortearlas, sin trampas, y evitar las peleas chungas en las colas. Y no venderlas en la reventa a los ricos. Todo está inventado en Cádiz. ¡A por ellas!

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