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Los últimos chalés

El chalé de Casanova no es uno más. Será otro símbolo de la destrucción del antiguo barrio de San José

Es vergonzoso que un Ayuntamiento de izquierda populista conceda licencia de obras para derribar uno de los pocos chalés que quedan en Cádiz y construir pisos. Es vergonzoso, pero también es legal, porque el PGOU lo permite. Puede que a Martín Vila, como concejal delegado de Urbanismo, le preocupen más otros asuntos, como los badenes y el carril bici. Incluso puede que los chalés les suenen a casas de burgueses. Pero se supone que una de las banderas culturales de la izquierda(al menos de la civilizada) es la defensa del patrimonio y el freno a la especulación. Propósito en el que deberían coincidir todas las personas que tengan una sensibilidad mínima y afecto por su ciudad, al margen de las ideologías.

Aunque se pueda conceder esa licencia, es lamentable. Debieron cambiar las normas urbanísticas para proteger a los últimos chalés de Cádiz. Es lo que hicieron en Sevilla, con un Ayuntamiento del PSOE (más civilizado y menos tieso), cuando derribaron chalés en el barrio de Nervión, que han protegido para evitar que caigan los supervivientes. También es verdad que los propietarios de los pocos chalés que quedan en Cádiz afrontan unas dificultades que en el Ayuntamiento deben entender.

El chalé de Casanova no es uno más. Será otro símbolo de la destrucción del antiguo barrio de San José, que era como un pueblecito dentro de los Extramuros, con casas de una planta y urbanismo peculiar, especialmente apreciable en los alrededores del cementerio. Queda poco del barrio, popular y señorial, y lo poco se debe preservar.

Es un símbolo de la decadencia gaditana. El chalé perteneció a la familia Accame y después acogió la frecuentada consulta del doctor Manuel Casanova, legendario pediatra. Su siguiente destino fue el restaurante Casanova, que mantenía un nombre con doble sentido. Lo inauguró Pablo Grosso con pretensiones, aunque después fue a menos. Así se pasó de Casanova a La Teta de Julieta, que hasta en el nombre evoca la cuesta abajo de los tiempos, el eterno combate entre lo fino y lo tosco.

En otra ciudad, ese chalé lo hubiera comprado alguien con posibles, para residir en San José (uno de los lugares con más nivel de renta de Cádiz, lo que no significa rico), en vez de instalarse en El Puerto o en Chiclana. Incluso abrir otro negocio de hostelería, a ver si extraían algo más de la teta. Pero se nota que ya está suficientemente exprimida. Sólo queda lamentarse por el Cádiz que se sigue perdiendo. En esta ciudad, el tiempo y la incultura causan estragos.

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