Con la venia

Fernando Santiago

fdosantiago@prensacadiz.org

El trono de Neptuno

Las conversaciones con Almudena siempre terminaban con un "¡Aúpa Atleti!", lapasión que compartíamos

Tengo en el móvil todavía los contactos de los amigos que se han ido en los últimos tiempos : Leopoldo Martín, José María Calleja, Julio Malo, Gabriel Delgado y ahora Almudena Grandes. Siento como que si borrase su nombre los perdería para siempre, por eso los dejo, en la vana creencia de que si guardo sus contactos ellos siguieran vivos, aunque siempre lo estarán en mi memoria. Cuando busco algún teléfono próximo en el orden alfabético del móvil veo sus caras, a veces miro las últimas conversaciones que tuve con ellos y se me escapa alguna lágrima furtiva, perdón por la cursilería. Las conversaciones con Almudena siempre terminaban con un "¡Aúpa Atleti!", la pasión que compartíamos y nos hacía miembros de esa secta de irreductibles. A ella se la inculcaron sus abuelos, a mí mi padre, ambos la transmitimos a nuestros hijos. Me la encontré alguna vez en el Metropolitano. Leía con regocijo sus columnas sobre esta pasión que nos hace subir escaleras, escalar montañas, como cantan Leiva y Sabina, "en el trono de Neptuno no cabe ninguno que no sepa soñar". Compartíamos también el amor desaforado por Cádiz, en ella tenía mucho más mérito porque era una madrileña del barrio de Maravillas, orgullosa de serlo. El día que leí Los aires difíciles me unió a Almudena no solo la pasión futbolística sino el amor a los paisajes de la provincia, al viento que azota sus costas, "el viento de levante, siempre el viento" que cantó Alberti. Esperé cada novela de Almudena con el ansia del lector desaforado. Alguna vez estuve en su casa de la calle Larra, junto al mercado de Barceló, en su barrio de toda la vida. Una casa llena de libros, como no podía ser menos en un domicilio compartido con Luis García Montero "más cerca de la luz y de la tierra yo te estoy esperando", le escribió. Allí hablábamos de novelas, del Atleti, de Rota, del viento de levante. En la azotea de Cajasol, en el atardecer veraniego de la plaza de San Antonio, con el sonido del repicar de las campanas, Almudena nos contaba cada verano cómo iban sus Episodios de una guerra interminable ante un auditorio de entusiastas de su obra. En el ocaso del verano gaditano escuchábamos su voz ronca y potente, su sonrisa, sus comentarios tan brillantes y comprometidos. Ella se prodigaba en las noches estivales por los pueblos de la provincia, donde la llamasen para hablar de literatura, de política y hasta de fútbol, de lo que hiciera falta. Este último verano, ya mordida por la enfermedad, con un sombrero que cubría su pelo ya corto que nos impedía ver su seña de identidad: esa melena negra tan andaluza, tan española. Como ella misma decía: "los atléticos sabemos que el dolor forma parte de la felicidad".

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