P ABLO Iglesias es el mayor símbolo del populismo de este país, pero no el único. Que aplauda los insultos a los periodistas no significa que muchos de sus rivales no sueñen con lo mismo. El líder de Podemos sólo está manipulando, una vez más, la realidad a través de los medios, para desviar el debate, y no le va nada mal. De hecho, debe gran parte de su éxito a la televisión. Nadie aprovechó como él la ocasión que le brindó La Sexta, la noche de los sábados, para colocar su mensaje, en lo peor de la crisis. Ni PP ni PSOE hacían caso a este tribuno de la plebe que crecía como la espuma, canalizando toda la indignación, hasta convertirse en un patricio romano. Ante una sociedad, harta de corruptelas, que se distraía con las islas de los famosos y los grandes hermanos, entre toreros y tonadilleras, él se creó una imagen virtual con la que conectaron millones de españoles, que seguían sus apariciones por puro entretenimiento, mientras él se mudaba de Vallecas a Galapagar. Hasta los suyos censuraron su vanidad pretenciosa, antes de dejarlo solo (solo, con los espoliques que le bailan el agua). Nadie estuvo dispuesto a creerse que se mudaba por el método de aprendizaje del colegio para sus hijos.

Berlusconi fue el primero en señalar el camino de la nueva forma de hacer política, creando un personaje a la medida de una sociedad que moldeó a través de sus propios medios. Y el vicepresidente del Gobierno, como en su día hizo Beppe Grillo con su Movimiento 5 Estrellas, dio un paso más afianzando su imagen a través de las redes sociales, que funcionan de perfecto altavoz de su propaganda, ignorando las críticas de la prensa. Los podemitas fueron los primeros en ver el poder de twitter y facebook, pero su estela la siguen sus rivales con fervor, para pasar del populismo mediático al digital, como describen Vallespín y Bascuñán en su última obra. No hay concejal que se precie que no sucumba al poder de las redes para soltar cualquier chorrada sin ser interrumpido.

Desde el primer día, los podemitas han puesto a la prensa en el punto de mira como una especie de casta paniaguada que trabaja al dictado del establishment. Recitan su mantra una y otra vez: los medios se convirtieron en boletines oficiales de la vieja política. Y lo primero que hicieron fue, justamente, crear diarios a su medida, para poner titulares a su antojo, arrinconando al periodista y rompiendo todos los moldes de la democracia representativa, a fin de crear una nueva esfera pública en la que no existan intermediarios que puedan alterar sus temerarios planes. Tiene que doler que te recuerden que un día prometiste limitar los mandatos, o no cobrar un pastizal, o que acabarías con las puertas giratorias... Y lo triste es que a sus oponentes sólo se les ocurre competir con sus mismas armas, como prueban los incontables artefactos mediáticos que alimentan en Internet. Raro es el político que hoy escribe un artículo de pensamiento. Y de hecho ya casi no necesitan de los mítines. Es más fácil bombardear nuestras pantallas con su propaganda, que convencer a un auditorio con el arte de la palabra. En este terreno tan mediocre, Iglesias parece el más listo de la clase. Entre tuit y tuit contra la derecha a la que acusa de golpista, han muerto miles de ancianos con la pandemia y ni se ha visto señalado como ministro de Asuntos Sociales. Si en lugar de imitarlo, sus rivales tuvieran más talento y carisma, su populismo no gozaría de tanta salud.

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