Paisaje urbano

Eduardo / osborne

Un tren varado en la vía

EL tren está parado en una vía de la estación de Budapest, y los miles que se apretujan dentro del vagón miran al fotógrafo. Todo allí es huida, asfixia y desesperación. Uno en su ingenuidad hace el signo de la victoria mientras otro estira el brazo buscando a algún familiar que se ha quedado rezagado en el andén. Huyen de su pasado buscando un lugar seguro donde echar raíces, donde procurar un futuro mejor para los suyos, donde no tener que soportar la tortura inmensa de la irracionalidad y la pobreza. Hoy es Siria, Afganistán o Iraq, y mañana serán Somalia, Malí o Etiopía.

Cuentan las crónicas que los infortunados viajeros de ese tren no saben con certeza adónde se dirigen, y la mayoría no hablan el idioma para expresarse. Quieren pensar que el destino es Alemania, pero es muy posible que las autoridades modifiquen el trayecto, que el tren pare en cualquier limbo y los inviten a recluirse en un campo de refugiados, o incluso que no parta nunca. Y que pasen allí dentro las horas, los días, con niños pequeños, sin higiene, sin dinero, sin nada… Qué dura metáfora de nuestro mundo global ese tren varado en un andén húngaro, como una patera en tierra firme.

En realidad, ese tren que nunca sale, esa balsa hundida en el océano, ese niño ahogado en la orilla, no son más que episodios recurrentes de una historia que conocemos, pero que no queremos reconocer. Sabíamos por las principales organizaciones de las calamidades que ocurren en el tercer mundo pero nunca fue ésta nuestra guerra. Ahora tocan a la puerta de nuestro bienestar, y apenas somos capaces de poner cara de buena persona, de prometer algunas medidas para parar como buenamente se pueda esta hemorragia de miseria, como el que da una limosna en la misa de ocho.

Las causas, dicen, están en el origen. Y tanto. En el origen se usurpan los recursos naturales de los países pobres. En el origen se interviene en los asuntos internos a conveniencia, derrocando a los dictadorzuelos locales después de haberlos apoyado, para a continuación salirse del avispero dejando a la población abandonada a su suerte. De nada sirven las buenas palabras si no se está dispuesto a compartir lo mucho que aquí nos sobra, pero eso casa poco con una sociedad acostumbrada a espantar de su conciencia los malos presagios. Como los de los desgraciados de ese tren varado en una estación de Hungría con destino a ninguna parte.

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