En la última (penúltima, mejor, o anteantepenúltima seguramente) gran crisis, una de las primeras medidas que adoptó Zapatero, apremiado por la Unión Europea de los ojos vendados, fue la de rebajar el sueldo a los funcionarios y congelar las pensiones. Hace unos días lo recordó Pablo Casado a Pedro Sánchez, afeando y reprochando con motivo esta medida a los socialistas, aunque se olvidó de mencionar que cuando Rajoy subió a continuación al poder no revirtió ninguna de esas decisiones, sino que incluso aumentó los recortes, dando así la razón, a la vez que denostaba, a su antecesor. También pudimos comprobar como gran parte de la población lo vio bien, porque consideraba a los funcionarios como unos privilegiados, alejados de los temporales económicos, y acomodados en el estereotipo de los largos desayunos, la desidia en el trabajo y los horarios demasiado flexibles. Viene esto a cuento porque últimamente algunos (seguramente interesados) vuelven a agitar los rumores sobre próximos tajos a los sueldos de los trabajadores públicos como una de las fórmulas para pagar el inmenso gasto estatal que los efectos económicos del coronavirus está generando y generará. Así pues, ¿por qué no recordamos quiénes son estos que cobran del dinero de todos? Por ejemplo, son los médicos, enfermeras, celadores, administrativos y limpiadoras de todos los centros sanitarios; son los que atienden y gestionan el llamado despectivamente papeleo burocrático que hace posible que la gente cobre su pensión, o el dinero del forzado ERTE, o el subsidio que le posibilitará llegar a final de mes; están ahí los bomberos, policías y militares a los que hemos aplaudido cuando nos entretenían con su caravana de luces y sirenas en la cuarentena; los maestros y profesores que han tenido que prolongar su jornada y llevarse, esta vez más que nunca, el trabajo a casa. Y muchos más.

Ningún gobernante debería caer, otra vez, en la tentación fácil del recorte al funcionario, y ningún español debería dejar de protestar si esto se produjera. Porque sería lo más injusto consentir que cargaran con el peso de la crisis post pandemia los que ya soportaron sobre sus hombros el trabajo de combatirla o aliviarla. Si eso sucediera, tal vez llegaría la hora de demostrar que esos aplausos de las ocho de la tarde, a los trabajadores públicos, es decir a nuestros trabajadores, no eran puro teatro. Por ejemplo, con algo más sonado.

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