Cuchillo sin filo

Francisco Correal

La tortilla y los huevos

LA foto es un palimpsesto de la transición política. Un arcano que sufragios y naufragios se han encargado de descifrar. La foto de la tortilla en la que no había tortilla y sí muchos botellines de cruzcampo. Ahora que se conoce la fecha de caducidad de Alfredo Sánchez Monteseirín en la Alcaldía de Sevilla, símbolo de conquistas y reconquistas, puente de barcas de émulos del almirante Bonifaz, es interesante hacerle el blow up a aquella fotografía. No es verdad, como aseguraba uno de los presentes en la instantánea, que el que se moviera no salía en la foto.

Todo sevillano de bien aspira a ser alcalde de su ciudad e incluso tiene que refugiarse en el consuelo de ganar unas elecciones que le lleven a la presidencia del Gobierno para mitigar ese bocado al orgullo, a la vanitas vanitatis de la que la ciudad se purga en cada Semana Santa. De ese grupo, el único que llegó a alcalde fue el que hizo la foto con una cámara que no era suya, sino de Pablo Juliá. La foto la firmó Manuel del Valle Arévalo, uno de los abogados laboralistas del bufete de Capitán Vigueras en el que Felipe González hizo un máster de socialdemocracia con soldadores de Astilleros y estibadores portuarios.

En la escena hay dos hombres que soñaban con ser alcalde de Sevilla y se quedaron con las ganas. Alfonso Guerra lo cuenta en sus Memorias de cernudiano título: se autopostuló para alcalde en los comicios de 1979, pero en el Partido le tenían reservados honores de Estado como primer oyente en un Consejo de Ministros. El runrún le persiguió muchos años y cuando el tiempo pretendía alcanzarlo le hacía regates con música de Mahler. También está en esa Arcadia feliz Luis Yáñez, que fue el más votado en las municipales de 1991, pero su currículum municipal se conformó con ser hermano del alcalde de Coria del Río.

Monteseirín no estaba en la foto de la tortilla. Tendría que haber sido una variante política del capitán de quince años. Pero esa ausencia en el Gotha del socialismo emergente es símbolo y síntoma de tiempos sin pedigrí. El alcalde más longevo no estaba en la tortilla, pero le echó huevos, diría para sus adentros cuando venció en las primarias a un purasangre como José Rodríguez de la Borbolla, representado en la foto por quien le sucedió en la presidencia de la Junta, Manuel Chaves.

Sevilla es una amante esquiva que le da calabazas a quienes la cortejan y sube al altar con el brigadier que llega para hacer bulto. Monteseirín, ingeniero de catenarias y tuneladoras, nos deja la conseja más democrática: alcalde puede ser cualquiera. Que otros despejen el futuro, el rompecabezas de la foto. El alcalde ya demediado -Calvino dixit- le encargó a Saura su próxima película: Felisa, vida mía.

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