No sé si le habrán puesto nombre pero lo que sí tiene, desde luego, son años. Cuatrocientos, uno detrás de otro, y podríamos ponernos solemnes y decir que aún camina sobre la tierra, pero lo cierto es que una criatura así sólo podría venir de lo profundo. De las aguas oscuras, que parecen las apropiadas para adaptarse a un biorritmo fuera del tiempo. Es hembra, miembro de la familia de los tiburones boreales y sus ojos de catarata acaban de confirmar que su corazón lleva latiendo cuatro siglos. Su nombre científico, Somniosus microcephalus, parece llamar a su naturaleza propia de limbo. Pudo muy bien nacer cuando los primeros exploradores europeos en el Ártico tanteaban el paso del Noroeste y William Baffin le daba su nombre a una bahía. Cuatrocientos años después, el mundo de esta criatura -inmutable y tan distinto- está desapareciendo, aunque ella no lo sepa, y el paso de Noroeste lo estamos abriendo a cabezazos.

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