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El estado templaíto

Es necesario reivindicar el estado templaíto, una circunstancia también aplicable a las papas aliñás

Cuando se habla de la temperatura de las cosas siempre se habla de frío y caliente, pero raramente se habla del consenso en materia de temperaturas y éste sería el estado de templaíto, algo que está un pelín caliente pero que nunca llegará a quemarte la lengua. El templaíto es como el lado amable de lo caliente, el calor en modo suave.

Hablo de esta pamplina hoy en relación con los chicharrones. Hacer bien chicharrones es un arte que está a la mano de tan solo unos privilegiados. Es algo trabajoso y no hay máquinas que determinen cuando la carne está en su perfecto estado de cochura, en ese difícil equilibrio en el que está por dentro jugosa y por fuera presenta cierta resistencia a masticar, es lo que traducido resulta al gaditano, como "cucurruito".

Creo que cuando de verdad se aprecia la calidad de un chicharrón es cuando éste está templaíto o incluso frío, porque calientes están buenos casi todos. Ahí es cuando se verifica la perfección del aliño, la jugosidad de la carne y ese difícil estado del cucurrúo que no está duro.

El otro día comí unos chicharrones "en frío" que rozaban la pefección en ese magnífico pueblo en la frontera entre Sevilla y Cádiz que se llama Lebrija. El hallazgo tuvo lugar en un bar que se llama Birra Mía y el artista chicharronista se llama Santiago Romero. Los pone en ración generosa y fríos. Es de esos chicharrones que te dejan en los dedos, porque los chicharrones no se comen con tenedor, como mijitas, como si fueran pequeñas partículas que se han desprendido del universo achicharronado. Me comí el plato entero en 1,06, lo que creo que es mejor marca personal en consumo de chicharrones.

Estaban perfectos de sal. Llevaban su toque de orégano y eran de los entreveraos, de esos que tienen trozos de carne alternándose con el bamboleante tocino.

Es necesario reivindicar el estado templaíto, una circunstancia también aplicable a las papas aliñás, que también ganan cuando se presentan en el plato aún no del todo frías. Les invito también a otro experiencia "templaita" y es la de probar los langostinos de Sanlúcar recién cocidos, sin que aún se hayan enfriado del todo. Los he probado alguna vez, y al igual que me ha pasado con los chicharrones y con las papas aliñás, generaron en mi persona momentos muy cercanos a la felicidad.

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