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Yo te digo mi verdad

Cuando el tamaño es lo único que importa

Las cabalgatas de Reyes tienen ya una media desaforada. Ahora los Magos recorren todos los barrios desde las claras del día

No hace tanto, cuando éramos más pobres, regían dos refranes que recogían la filosofía esencial de nuestra estrechez económica. Uno era una apología de la felicidad fugaz, única, singular e irrepetible: 'Lo bueno, si breve, dos veces bueno', se aseveraba mientras tal vez se aspiraba el humo del único cigarro puro que se podía permitir uno, se recordaba el beso fugaz robado o se saboreaba la infrecuente loncha de jamón-jamón. Otro aserto venía a contradecir la rudez del 'caballo grande, ande o no ande' con la delicadeza refinada de 'El buen perfume se vende en frascos pequeños'.

Tal vez esos proverbios no eran más que el buen conformar que saludablemete acompaña al humilde si no quiere caer en la infelicidad de vivir en la pérdida y la queja constante, aunque justificada. Se ve que ahora nos sentimos ricos de verdad, o a lo mejor es que lo somos en realidad, saciados y deseantes, profetas del 'todos queremos más', no sólo convencidos de que el tamaño importa, sino de que es lo único que importa. De ahí a lo mejor la convicción de que, ahora, la felicidad no existe si no es de la talla XXL, por lo menos.

Observen la desaforada medida, por ejemplo, que han alcanzado las cabalgatas de Reyes, antes prolongadas el tiempo necesario, si breve dos veces bueno, para que los niños y sus amantes padres vieran pasar el cortejo y se marcharan corriendo a casa a meter cuanto antes a los crédulos e ilusionados infantes en la cama. Ahora, los Tres Magos recorren todos los barrios de las ciudades y pueblos de España desde las claras del día, visitan en su despacho a los alcaldes y alcaldesas, se aparecen en los hospitales, tratan a los mayores como a niños, se presentan en comandancias y otras instituciones privadas y públicas, y luego se dan otro paseo en carroza para acabar una extenuante jornada oficial a horas que sobrepasan el normal horario infantil. Pero es que el día antes ha hecho casi lo propio el llamado Heraldo Real, y desde jornadas anteriores las asociaciones de vecinos también han organizado su propio cortejo mágico. El empacho de personajes ataviados con capas y coronas es solo comparable al que provocarían los millones de caramelos lanzados al aire si a los niños españoles les diera por comérselos todos.

La pregunta pertinente es ¿para qué? Ninguno de estos excesos ha podido conseguir lo que era imposible: que la sonrisa temblorosa de los niños sea mayor que antes. Sí ha ampliado, seguro, la de los satisfechos ediles.

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