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El sindicato del crimen

Si usted no se explica por qué se hacen tantas películas de criminales, Ernst Jünger puede darle la razón

Ayer hablábamos de cómo las series son capaces de reflejar quizá inconscientemente las auténticas inquietudes de nuestro tiempo. También en esto se me adelantó Ernst Jünger. En La emboscadura (1951) explica que el Estado moderno es tan intrusivo y ha tomado partido con tanto descaro por una concepción muy reglamentada del ser humano que al hombre corriente sólo le quedan dos posibilidades de salvaguardar su soberanía personal. La primera y más alta es ejercer la decisión moral autónoma, esto es, no seguir los dictados de lo políticamente correcto y ser, en última instancia, un emboscado.

La segunda, es el crimen. Como recuerda Jünger: «Los existencialistas franceses ha visto bien esto. El crimen no tiene nada que ver con el nihilismo; más aún, constituye un refugio frente al vacío creado por éste». Así explica Jünger el desasosegante culto al crimen que reina en nuestro cine y en la literatura, «y no solo en sus modalidades inferiores». «Cabe aseverar -asevera Jünger- que las tres cuartas partes se ocupa con criminales, con acciones de criminales y con el ambiente propio de los criminales, y que su atractivo consiste precisamente en eso. Esto muestra hasta que punto se han vuelto problemáticas las leyes». Lo decía en 1951, imagínense qué no diría ahora con la fiebre regulatoria o qué dentro de nada cuando las emergencias climáticas se traduzcan en nuevas y masivas prohibiciones.

Quizá podríamos marcar el comienzo de esta costumbre con un libro maravilloso, que responde, como un eco, a la inauguración de la Edad Contemporánea en 1789. Tras la Revolución Francesa, contra ella, se escribe la inolvidable Una familia de bandidos en 1793 de María de Saint-Hérmine. En ese libro coinciden, cara y cruz, las dos resistencias: la moral, primero, pero irremediablemente se la rodea de un halo de aventura romántica con la lucha de la familia ya de bandidos.

La cosa ha degenerado a las películas de gánsteres y demás forajidos, o sea, a una épica inversa, pero que nos señala, con la vibración de las varillas de un zahorí, dónde anda la lucha por la libertad verdadera. Gracias a la iluminación de Ernst Jünger, aunque uno es mucho más partidario de la inexpugnabilidad moral de la emboscadura, voy a ver las películas o series de fueras de la ley (ya sea Intemperie de Benito Zambrano, sobre la formidable novela de Jesús Carrasco; ya sea el El irlandés, de Scorsese) con otros ojos.

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