DESDE MI CIERRO

Pedro G. / Tuero

El silencio es la cuestión

CUENTAN que en los albores del siglo XIII vivieron en Teruel dos jóvenes llamados Diego e Isabel. Sus familias enemistadas no impidieron que surgiera el amor entre ellos, aunque por esa rivalidad entre los padres, no pudieron contraer matrimonio. Pues el joven enamorado no era considerado por el padre de Isabel como la persona ideal para su hija. El muchacho juró hacer fortuna fuera de Teruel y que volvería al cabo de cinco años, pidiendo al progenitor de su enamorada que no la casara con ningún otro hombre. No tardó éste en hacer lo contrario, obligando a su hija a contraer matrimonio con un aristócrata. Cuando se cumplió el plazo acordado, Diego volvió a su ciudad, enterándose del quebrantamiento ocurrido, y pidió verla inmediatamente. En aquel encuentro, el joven le rogó un beso, negándoselo ella. El muchacho desesperado, cayó desplomado muriendo en el acto. En el entierro, al día siguiente, Isabel asistió, y los turolenses vieron atónitos cómo la muchacha besó con pasión a su enamorado en unos labios ya fríos y sin vida. Al acabar el acto, ella se desvaneció y murió de repente. El amor era tan grande que no pudieron sentirse separados ni una vez muertos. Enterrados juntos, hoy su mausoleo es visita obligada y peregrina para todos los que se acercan a la capital aragonesa. Su leyenda ha recorrido el mundo entero. Y es un reclamo turístico y cultural en su ciudad. Durante unas obras en la basílica en donde reposan, sus momias fueron rescatadas y se les hizo un estudio de ADN, confirmándose que los cuerpos pertenecían a dos jóvenes de buenas familias que fueron enterrados juntos. Hecho, dicen, que alegró enormemente al alcalde turolense de turno.

Y recuerdo esto, porque esos, que dicen, "los enamorados de La Isla", descubiertos no hace mucho en los enterramientos del hoy flamante campo de hockey, fueron extraídos por su rareza, hallados frente a frente y con sus miembros entrelazados. Conocidos popularmente como tales y con una antigüedad próxima a los seis mil años. También leo que el director de estas excavaciones, algo cabreado por el desarrollo de los acontecimientos, ha declarado que el ADN del enterramiento doble abrazado se encuentra en Gran Bretaña, al objeto de conocer si lo que les unía era un vínculo familiar o, en caso contrario, si efectivamente se trata de una pareja de enamorados.

Preferimos que ese ADN no demuestre nada, ya que entonces mantendríamos ese misterio que los rodea, el amor. Y ojalá, si se hicieran bien las cosas, como en Teruel, nuestro museo municipal, lugar donde se exhiben, fuese punto de encuentro imprescindible, por su enorme fama, para tantos que visitaran La Isla. Que esas pruebas reafirmen lo que deseamos o callen para siempre. El silencio, por esta vez, sería bienvenido.

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