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El sexto tema

Cómo alivia una carcajada ajena el malestar propio y, si además nos da para tocar algún tema muy serio, más divertido aún

Que despertase algunas sonrisas el artículo donde contaba que el coronavirus me tenía entre sus garras no pudo menos que alegrarme la convalecencia. No somos ni Romeo ni Julieta, sino Mercucio della Escala. Qué pena que los termómetros sean electrónicos, con lo bonitos que eran los de mercurio y lo que nos recordaban al personaje inmortal que muere en la obra de Shakespeare. Su gracia es que, mientras agoniza, los demás se parten de risa. Yo me apunto. O sea, que reíd, reíd, si mi coronavirus, que además no será mortal ni de lejos, os hace gracia. Cómo alivia una carcajada ajena el malestar propio.

Todavía me alegró más que alguien valorase el mérito literario del texto. Mi admirado escritor de viajes, contumaz centrista e insobornable crítico Ignacio Jáuregui, me clavó con este comentario: «Espero que nunca lleguen a darse cuenta en el Diario de que les vas dando de vez en cuando algún articulito de actualidad para que te dejen publicar el resto del tiempo estas joyas».

Disculpen la vanidad y la imprudencia (valga la redundancia) de traerlo aquí; pero es que estoy con las defensas bajas. Y quiero defenderme. Es verdad. No lo de la joyería, no, sino lo de que le doy bastante más importancia a mis artículos más literarios que a los análisis políticos.

Pero no es cierto que no tengan importancia para mí. Todos los que hayan pasado en su adolescencia por algún colegio o club del Opus Dei recordarán esto. Cuando una charla empezaba: “Hoy no vamos a hablar del tema más importante. Para nada. Si acaso ocupará el puesto sexto o séptimo en la lista de importancia para un cristiano…”, sabíamos que iban a hablarnos de la santa pureza, esto es, de cómo se sorteaban los pecados de, precisamente, el sexto. Pero a la vez nos advertían de que, no siendo lo principal, sí contaba para alcanzar una mirada limpia capaz de lo trascendente. No me río. Yo estoy muy agradecido a aquella educación sentimental, ojo.

Y además con la política pasa más o menos lo mismo. No es lo más importante, será también lo sexto o así, pero importa. Por eso escribo de ella. La política correctamente entendida es la defensa de aquellas otras cosas sobre las que sí nos gusta escribir y vivir.

Por otro lado, si sólo hablase de cosas bonitas, emocionantes o graciosas, que nos unen a todos y tal, acabaría aburriendo hasta a Nacho Jáuregui. A él le gusta, lo sé, decirme de vez en cuando: “¡Pero qué disparate!”.

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