Relatos de verano

Hipólito G. Navarro

Las setas caladas de Jürgen (V)

Resumen de lo publicado. Durante las protestas de indignados en el Metropol Parasol de Sevilla ha desaparecido una pareja de arquitectos alemanes. A la vez se descubren nuevos restos arqueológicos en la ciudad. El narrador relaciona estos hechos con otros ocurridos durante las obras de la Expo del 92, que ya relató en forma de cuento tras ser despedido de 'Diario 16', donde trabajó como corrector. Una extraña carta enviada al director de aquel periódico aseguraba que la desaparición de un ingeniero americano tenía que ver con los restos arqueológicos recién hallados: una figura era el vivo retrato del ingeniero.

Confieso que cuando descifré ese párrafo aquella noche en mi mesa de corrección pensé en la descomunal industria americana del cine, en la tontería de fondo del americano del norte, en las cosas que beben y comen, y a la vez en que cuando en Sevilla se alcanzan los 48 y los 50 grados hasta la mente más cuadriculada empieza a desdoblarse y es capaz de interpretarlo todo a la manera del jazz y el flamenco, los dos a la vez, como Miles Davis.

No obstante, a pesar del calor, a pesar de que mi traducción del inglés es bastante torpe y que el castellano garrapateado por D. H. Howard parece un completo disparate, sentí que una verdad tremenda se escondía entre las líneas, especialmente en algunos párrafos ilegibles que soy incapaz de descifrar y que ignoro si están escritos en inglés, en castellano o en ruso. Fue tal la prisa que se tomó el botánico por mostrar al mundo lo que sabía que las letras le salieron borrachas de tanta velocidad.

Las pruebas más importantes que para D. H. Howard suponen la corroboración de su sospecha son los artículos aparecidos en mi periódico los días 12 y 13 de julio que hacen referencia a las excavaciones que se llevan a cabo en Itálica y la entrevista a Victoria Guzmán publicada el domingo día 17 en Abc, en la que la encargada de la catalogación de obras del Museo Arqueológico muestra a las claras su perplejidad ante esas dos figuras aparecidas en las excavaciones, "unas figuras -dice- que rompen todos los esquemas artísticos del periodo romano, pues si la figura femenina puede guardar ciertas similitudes con la Venus o la Diana de Itálica, o en algunos aspectos con el torso de Pomona, la figura masculina, carente de ropajes, ni tan siquiera con una capa mínima como la del Mercurio de Itálica, es un puro misterio". La ausencia de marcas en los tobillos hace dudar a la especialista de que hubiese tenido alas en los pies, como se ha especulado. "Su gesto escapa a la caracterización más común de los retratos que se conservan de los siglos II al V después de Cristo; el movimiento de sus formas no tiene nada que ver con el idealismo helenístico, mucho menos con el hieratismo y rigidez posteriores, y es de todo punto imposible buscar conexiones con el arte etrusco o indagar en posibles influencias germánicas que llevasen a identificar la obra con una realización tardía que entroncara ya con el periodo prerrománico", casi recita Victoria a la grabadora del entrevistador.

Por esa extrañeza que embarga a los especialistas, por la sospechosa coincidencia de que las figuras apareciesen en las ruinas de Itálica, precisamente donde fue visto por última vez el ingeniero Winston Vega, y por el enorme parecido de éste con la estatua que aparecía en la foto del periódico, el doctor Howard decidió emprender la búsqueda de datos que confirmaran de una vez por todas lo que intuía. Su pesquisa sin embargo concluyó mucho antes de lo que pensaba, cuando descubrió en la habitación del hotel que ocupaba el ingeniero una nota donde se explicaban los motivos de su desaparición. Que nadie la hubiera encontrado antes no le extrañó lo más mínimo.

D. H. Howard asegura en su carta que esa estatua es su colega Winston, hechizado por los gitanos que solían acompañarlo en sus juergas nocturnas. El botánico tiene una idea bastante equivocada de nuestro folclore más genuino, como se ve. Más que en un mal de ojo de las gitanas, que ya sólo venden claveles y leen las manos cada vez peor, debería pensar en una suerte de efectos especiales de las películas de su Spielberg. De todas formas, vistos los acontecimientos posteriores y la seriedad de su misiva, es bien cierto que en todo el embrollo hay un misterio grande encerrado.

Justo cuando leía aquella noche en el periódico que la carta se acompañaba con copia de la nota dejada por Winston Vega antes de su desaparición llegó la crónica que se esperaba, inoportuna como cualquier crónica que irrumpe en la tranquilidad de las dos de la madrugada. Qué cuesta arriba se hace corregir críticas taurinas nocturnas cuando la cabeza está poblada por estatuas vivientes, por árboles tropicales, por termómetros reventados y gitanas con el moño torcido; en la nómina debería existir un complemento para sobrellevar semejante martirio con un poquito de dignidad.

Terminar la corrección y salir pitando a buscar en la papelera la nota que me aclarase el misterio fue todo uno. Afortunadamente allí estaba, dentro del sobre aún, esperándome, con su letra menuda y en un perfecto castellano. Menos mal que todavía quedan en los USA investigadores serios que en su apellido llevan los ancestros y en su cabeza el idioma de los abuelos, porque si hubiese tenido que traducir lo que allí estaba escrito me hubiera vuelto loco de remate, y si no vean, que lo transcribo tal cual:

"¿Cómo yo, Winston Vega, ingeniero adjunto a la Cátedra de Termotecnia del Departamento de Ingeniería Energética y Fluidomecánica de la Universidad de Iowa, un especialista reconocido en bioclimatización de espacios abiertos, puedo estar pensando llevar a cabo algo que no tiene pies ni cabeza? ¿Es Sevilla, la tierra de mis antepasados, con su calor sofocante, la que me aboca a esta locura? ¿Tienen algo que ver los tintos de verano que me tomé anoche con mi alucinación?

"Por si las moscas, por si no vuelvo después del viaje que debo emprender, quiero dejar esta nota para explicar lo inexplicable, el milagro que me ofreció anoche esta ciudad gracias al calor y al vino.

"Ayer tarde, tras un día agotador de experimentaciones en la rotonda bioclimática de la Expo, de conseguir reducir en seis grados centígrados la temperatura ambiental delante de las autoridades, tuve la brillante idea de ir a ver al Trisha Brown Dance Company en el anfiteatro de Itálica, con la intención de escapar del calor de la ciudad y pasar dos horas pensando en algo diferente a los trabajos que me esperan a lo largo y ancho de este vasto verano.

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