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Relatos de verano

Hipólito G. Navarro

Las setas caladas de Jürgen (I)

Hipólito G. Navarro. (Huelva, 1961) es autor de la novela 'Las medusas de Niza' (Premios Ateneo de Valladolid 2000 y Andalucía de la Crítica 2001) y de cinco libros de relatos, entre ellos 'El aburrimiento', 'Lester', 'Los tigres albinos' y 'Los últimos percances' (Seix Barral), Premio Mario Vargas Llosa NH al mejor libro de cuentos publicado en 2005. Traducido a siete idiomas, sus relatos están recogidos en numerosas antologías en Europa y América. 'El pez volador' (Editorial Páginas de Espuma), Premio El Público de Narrativa 2008, ofrece una cuidada selección de sus cuentos.

A ver de qué manera vuelvo yo a contar ahora todo esto que ha pasado en el centro, apenas unos meses después de la inauguración parcial de la plaza. El asunto viene de muy lejos en el tiempo, así parezca completamente nuevo. Ya me he ocupado de él en varias ocasiones por escrito, en por lo menos dos, así que esta será, si las cuentas no me fallan, la tercera. Alguien lo recordará, seguro. Eso sí, jamás antes de hoy he logrado explicarlo de manera clara y suficiente, ojalá esta vez sea la definitiva. Pero lo dudo mucho. La culpa es mía y solo mía, bien que reconozco ese fracaso, como tantos otros. Es precisamente esa torpeza antigua mía la que me pone de nuevo en el disparadero de contarlo, la misma que otras veces me mantuvo a medias amordazado para que hablara sin hablar del todo, para que contara escamoteando en parte lo que hubiese tenido que contar entero, de pe a pa. Sé las cosas y no las sé al mismo tiempo, es lo que me pasa siempre; las veo, las miro de cerca, me regodeo en ellas, minuciosamente, pero no las termino de entender del todo. Soy torpe en esto también, qué remedio.

 

La pareja ha desaparecido durante los últimos días de concentración de indignados en la nueva Plaza Mayor de Sevilla, en la vieja Encarnación. Hasta ahí todo bien, lo que ha salido en los periódicos. Y la hipótesis de la fuga toma fuerza, como hace veinticinco años. Que desaparecieran a la vez otras parejas que luego, enseguida, abortada su tierna aventura, han vuelto al redil de las familias, no hace más que despistar a los investigadores: piensan que los jóvenes arquitectos desaparecidos, ella y él, son dos adolescentes más que aprovechan el tiempo público de la indignación para hacerse los amores. A falta de fotografías de la pareja susodicha se han venido publicando perspectivas bien artísticas de las setas, esos panales de madera que dan aire y vuelo al insólito edificio. Las setas de la Encarnación. El Metropol Parasol. ¿A quién se le habrá ocurrido el nombre? Metropol es bonito, otro Metropol más de los que en el mundo son. En fin, buen sitio para hacerse desaparecer, muy moderno, un edificio que es plaza y edificio a la vez, un dos por uno como quien dice. El arquitecto jefe, el diseñador, es alemán, berlinés del oeste, del antiguo oeste berlinés, Jürgen, con un apellido de laboratorio farmacéutico, o parecido, Bayer, Meyer, Leverkusen, eso tengo que mirarlo en internet. Esta vez no es un americano de Iowa el especialista evaporado, como en tiempos de la Exposición del 92, sino dos jóvenes arquitectos teutones del equipo. Pero otra vez ha pasado lo mismo durante las obras, y también después. Hurgar en los cimientos de las ciudades del Mediodía conlleva aparejada casi siempre esta grandísima contrariedad. Sevilla, Cádiz, Córdoba, Granada…, mejor dejarles los intestinos quietecitos, no removerles mucho las capas del pasado. El proyecto de las setas gigantes sevillanas se ha encarecido de manera astronómica, dicen los que entienden. Apenas escarbar dos metros se descubrieron los obvios, sempiternos restos arqueológicos, romanos y andalusíes en esta ocasión, los que ahora se pueden contemplar bajo la plaza, en el Antiquarium, un museo nuevo, otro espacio para albergar pedruscos y nuevas y misteriosas apariciones.

 

Tengo que contarlo sin remedio, sí. Los hechos mismos, ellos, me señalan con el dedo para que los haga públicos, pero al mismo tiempo me amenazan para que no los descubra por completo, como la otra vez. No sé, pretenden mostrarse sólo a medias, como si fuesen un bonito cuerpo desnudo velado por un tul. Me dio bastante miedo explicar a las claras cuanto pude averiguar entonces, hace ya casi un cuarto de siglo, y oculté todas aquellas certezas en unos cuantos cuentecillos más o menos humorísticos, haciéndome con ellos un nombre, un pequeño porvenir. No me atreví a cursar una denuncia en firme de aquellos hechos tremebundos pre Expo Universal, lo confieso, y en su lugar publiqué un puñado de relatos un poquitín descacharrados, con toda la verdad disimulada en sus renglones. Fue suficiente. Lo justo. Lo que me ha permitido dormir hasta la fecha con la conciencia algo tranquila. Pero no tanto como creía, por lo que ahora veo. Desaparece una pareja en la Plaza Mayor, esa que ahora se deja dibujar en el suelo una bonita sombra de encaje por las descomunales setas caladas de Jürgen; desaparece misteriosamente una pareja como desapareció otra hace ahora veinticinco años en la ciudad romana de Itálica, la misma Itálica que recupera hoy después de casi veinte años su antiguo festival de danza. Leo en la prensa que comienzan a surgir del subsuelo nuevas piezas arqueológicas, en Sevilla, en Carmona, también como entonces, sin explicación alguna... Demasiadas coincidencias. La historia se repite. Y a mí no me queda otra que contarlo de nuevo, y que hilen fino quienes tengan esta vez que hilar.

 

Tengo la suerte, eso sí, de poderlo contar ahora en las páginas de este periódico, el mismo que ha venido acogiendo con rara generosidad desde hace mucho mis cuentos, mis articulillos, mis columnas, mis problemas de columna incluso. No puedo contarlo en el otro, en aquel periódico donde en mis años jóvenes me emplearon de corrector, donde conocí a la hermosa caterva de amigos de la prensa, porque es un periódico muerto, un periódico que feneció, un periódico que después de estar dieciséis veces vivo al final tuvo que morir el pobre. Lástima. Una lástima grande, inmensa, la muerte de un rotativo, porque piénsese que es la muerte de algo que rota y que está vivo. Es curioso: escribiendo estas letras, después de tanto tiempo, acabo de descubrir de qué murió finalmente aquel periódico nuestro. Diario 16 Andalucía, que así se llamaba, a pesar de sus tantísimas muertes, que fueron tantas como las que pregonaba el rótulo de cabecera, murió demasiado pronto en realidad, mucho antes incluso que su padre o su hermano mayor de Madrid, el Diario 16 a secas.

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