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Mis sesenta años

Cuando quien te echa más años de los que tienes piensa que tú eres de su edad es que él se ve estupendo

Ya he confesado alguna vez que, como Jorge Luis Borges, me cuesta la misma vida quitarle la razón a nadie. A él una señora le llamó José Luis Borges y el escritor firmó "José Luis" en la dedicatoria dócilmente, pensando que incluso era mejor que Jorge, porque "no urge repetir el sonido jor-ge con bor-ges". Ayer un compañero de trabajo me miró de arriba abajo y me echó 60 tacos. Luego se lo pensó mejor y… bajó a 59, porque eso explicaba que no me hubiese jubilado aún. Yo, perplejo, asentía, mientras él me centrifugaba en la máquina del tiempo.

Me había echado ocho años de más, pero con gran satisfacción, porque yo tenía su edad, celebró. Me pareció feo entrar en minucias y marcar diferencias. Además, me da la impresión de que él se ve estupendo y lo está, y que ese unirme a su promoción no era sino un piropo boomerang. Yo también me veía bastante bien en el espejo. Lo malo fue cuando empezó a hacer planes para nuestra inminente jubilación y me habló de la reducción horaria que ya estaría disfrutando yo por edad, eh. De aquí a que se jubile voy a tener que llevar una doble vida. Me esperan grandes conversaciones en los pasillos sobre lo crudo que lo van a tener los que no puedan jubilarse en un año o dos. Voy a tener que reírme de mí a mis espaldas.

Sin embargo, me pasa como a Borges, que pienso que quizá tenga razón mi espontáneo coetáneo. Jamás idolatré la juventud, ni cuando la tuve; no voy a ponerme ahora a venerar la cincuentena. Prisa no tengo tampoco, pero con 60 estaré mejor, D. m., con más lecturas, más calma, habiendo aprovechado un poco el tiempo para pulirme el carácter y para ser más exigente conmigo mismo. Miguel d'Ors termina su último libro, Viaje de invierno, con una cita que le gusta mucho, y a mí también. Es de Ángel Martínez Baigorri: "Voy llegando a la edad perfecta: eterno".

Vamos llegando y si el compañero tiene el detalle de empujarme y verme ocho años más perfecto, ¿quién soy yo para desdecirle? Si lo hiciese, él se azoraría un poco y yo no sería capaz de explicarle que se lo agradezco. Cuando venga, después de jubilarse de visita al centro, y me encuentre todavía cargando mis cuadernos de aula en aula, le diré que no se extrañe. Que soy el funcionario piloto del ministro Escrivá. Estarán experimentando hasta dónde se puede postergar la jubilación. ¡Todo, antes que desdecirle o que quitarle la ilusión de nuestro estrecho lazo generacional!

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