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La tribuna

Rafael Rodríguez Prieto

22-M: al servicio del Partido

PUEDES empezar con el último aliento". Con motivo de las elecciones en Grecia, el escritor Petros Markaris recordaba este verso de Bertolt Brecht. Markaris señalaba que los griegos comienzan no sólo con su último suspiro, sino que vuelven una y otra vez a su último quejido. Esta situación se mantendrá en el tiempo, continúa Markaris, "mientras que las élites políticas griegas sólo consideren a sus ciudadanos como votantes que son arrastrados a las urnas por los partidos en el momento que conviene".

¡Qué familiar nos resulta esta reflexión en Andalucía! Los andaluces vamos a ser de nuevo utilizados como un medio para fines que desbordan los límites de nuestra autonomía. Las elecciones andaluzas son siempre un pretexto para hablar de otra cosa. Recordemos cuando se hacían coincidir con las generales para más gloria del Partido. Hoy el Partido ha considerado que hay que adelantarlas porque una presunta "inestabilidad" en el pacto impide que "se resuelvan los problemas de los andaluces". Esta afirmación sería motivo de risa, si no fuera por la penuria que arrojan los índices de bienestar en Andalucía. El mismo partido que lleva gobernando más de tres décadas dice ahora que va a resolver nuestros problemas. Mientras, IU no para de suplicar. Su suerte está echada. No sólo en lo referido al pacto; también para la propia coalición. Comenzó bajando el tono de voz con los ERE y ha finalizado con la suspensión de un viaje electoralista e inofensivo al Sahara. Todo por mantener sillones que en realidad eran tumbonas.

El Partido es mucho partido. La sabiduría popular lo bautizó así hace años. Después de haberse despojado de la ingrata carga del resto de sus siglas, afronta una nueva elección con la memoria suspendida y un novedoso temor entre sus filas. Decía Milan Kundera que la lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido. Hoy el Partido nos exige a todos los andaluces un ejercicio de desmemoria colectivo abusivo, incluso para el Partido que se ha convertido en una máquina de poder que ha penetrado todas las instituciones de la vida andaluza. Nada le es ajeno. Una hegemonía totalizadora diseñada por y para reproducir poder donde la ideología ha quedado relegada a la consigna y la planificación al clientelismo.

Su hegemonía podría verse amenazada. El nerviosismo entre sus filas es obvio. Los extramuros del Partido pudieran significar un trabajo mal pagado, una caída libre en el nivel de vida y hasta el paro. Es comprensible que se afronten estos meses con cierto canguelo. Ya no hay cajas de ahorros y los puestos a repartir son cada vez menores. Hay cada vez más políticos que no conocen otro empleador que el Partido.

¿Por qué el Partido decide acortar su tiempo? ¿Es que las encuestas le auguran una mayoría suficiente? El régimen andaluz precisa del órdago de marzo. El pacto se hubiera mantenido hasta el final si la situación hubiera sido la misma que en las pasadas elecciones. IU hubiera terminado por seguir la misma suerte que el difunto PA y todo hubiera vuelto a la "normalidad" con una mayoría absoluta propiciada tanto por el desgaste, con aroma a sms, del PP a nivel estatal, como por su renuncia expresa al gobierno andaluz. El problema ha sido que el discurso de los malos y los buenos se ha resquebrajado con la emergencia de nuevos jugadores. El comportamiento neocaciquil del Partido podría apreciarse con un antagonista que no se conformara con algunas consejerías y una palmadita en la espalda por no conformar una pinza con la "malvada derechona", transmutada hoy en aspirante a maniquí de Springfield.

Es obvio que nadie va a lograr una mayoría suficiente para gobernar y que lo probable es que la aritmética resultante tenga como consecuencia una situación realmente inestable. Es en ese punto donde el tercer jugador tendrá que decidir, lo que puede erosionar su posición en las elecciones generales de fin de año. De esta manera se logran dos objetivos en una única jugada: se obliga a Podemos a tomar una decisión en Andalucía que puede ser usada en las generales y, por otro, se lograría alejar a la maquinaria del Partido de una dinámica derrotista que marcarían las elecciones posteriores. El Partido puede seguir vendiéndose con una rosa, en vez de como un chupa-chup, a la vez que desempolva el puño y hasta el fontanero de guardia, si hiciera falta. La política queda relegada al servicio a un partido que ya sólo se nutre de caras. Puede que al Íbex 35 le interese otro nombre; una estampita amable con la que consolidar la futura gran coalición en la Carrera de San Jerónimo Alea jacta est. ¿Se cruzará el Guadalquivir?

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