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La señalítica

La necesidad de tantos signos es un signo (la redundancia es otro) de la postmodernidad que nos hemos dado

Estupendo reportaje de Joaquín Benítez sobre la confusión de las señales en la ciudad de Cádiz. Puede extrapolarse a todas las ciudades y carreteras. Cualquier ciudad tiene vocación de laberinto para el visitante y la señalítica, por un montón de razones, le da el toque minotauro.

Son muchas las causas, como señalaba arriba sin señalarlas. Se quedan obsoletas, cambian el sentido del tráfico pero no la señal, se ensucian, se tapan, no pueden seguir el ritmo del cambio de nombres del callejero, hacen volutas con sus flechas en el aire, sobreponen cartelitos con mensajes ideológicos que también quieren dirigir el tráfico, etc.

Por otra parte, las señales las colocan los indígenas o, en su caso, quien ha vivido en el territorio lo suficiente para no necesitarlas.

Gracias al GPS esto ha dejado, señalaba Benítez, de ser un problema práctico, pero la enseñanza simbólica queda inmune, quizá más expuesta, porque ahora que no hacen falta se cuidan aún menos.

Para sir Roger Scruton la necesidad de tantos signos era un signo (la redundancia es otro) de la postmodernidad que nos hemos dado. Incluso en los edificios hace falta una cartelería que distinga un colegio de una prisión, un templo (ay) de un garaje, y unos grandes almacenes de una biblioteca. En la arquitectura clásica, cuántos carteles eran innecesarios. También para señalar la ciudad. En la parte vieja, el urbanismo tradicional te dirige a la plaza central con su iglesia mayor y su ayuntamiento inconfundibles, y cerca de las tabernas, también inconfundibles. Scruton veía en el hecho de que no se viese qué es qué una perfecta correspondencia con estos tiempos en los que también necesitamos cartelitos para saber si un partido es de derechas o de izquierdas, porque viéndolos, como en Rebelión en la granja, no nos aclaramos, ni tampoco somos capaces de distinguir a quién es quién, todos clónicos, necesitando una señalítica, incluso sexual.

Encomendémonos al GPS y quizá podríamos empezar a embellecer nuestras ciudades desafeándolas un poco. Quitando su cartelería. Si no sirven, si lían, si entorpecen el tráfico, si están obsoletas y sólo indican el triste estado de nuestro mundo informe, podríamos arrumbarlas, al menos. Sería un alivio. También creo que hay muchas antenas de televisión que ya, gracias a internet, no valen. Lo que tendría otro reportaje de Benítez. Si no somos capaces de crear belleza, desfagamos adefesios.

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