El sartenazo de Ayuso a sus rivales ha sido tan sonado que la mayoría sigue temblando. Iglesias no tuvo más remedio que despedirse (con mal perder) la noche electoral. A Cs ni se le esperaba. Y a los socialistas, que se han quedado en los huesos, no se les ha ocurrido nada mejor que una purga interna sin ejercer la autocrítica. Ya nadie pondrá en duda que la dirección del partido no le tiene tomado el pulso a la militancia y mucho menos a la ciudadanía. El adelanto de las primarias en Andalucía estaba cantado, pero anunciarlo justo detrás de la debacle es un claro síntoma de debilidad. Los pedristas tenían tantas ganas de licenciarse en revanchismo con Susana Díaz, que ni cuidaron las apariencias ni midieron los tiempos.

En contra de Díaz juega que llegó al poder entre algodones, pero también Juan Espadas ha sido designado por el dedazo divino. Flaco favor le hacen quienes besan su escudo tan deprisa. Ninguno de los dos cuenta con la épica de la remontada de Sánchez y esta nueva guerra fratricida invitaría a pensar que lo mejor para el PSOE sería un acuerdo, aunque sea en el descuento. Los susanistas se dividían antes entre los dispuestos a morir con las botas puestas y los partidarios de salvar los muebles. Tras el voto de castigo al Gobierno en Madrid, todos se han venido arriba. Por supuesto, Espadas es el favorito y destaca como buen gestor, afable, comprometido y moderado. Pero le cuesta levantar pasiones, incluso en la izquierda. Además, como ya advierten notables socialistas, para moderado los andaluces ya tienen a Moreno. Con ello, hasta ganando, si Susana se quedara cerca del 40%, sería una victoria pírrica. El PSOE quedaría en manos de una gestora de locura y el PP sólo tendría que poner a enfriar el vino.

Quienes sí escaparon vivos del zarpazo de Ayuso fueron los amigos de Íñigo Errejón, que no perdió un segundo en lanzarle la caña a Teresa Rodríguez y Kichi por si quieren engancharse con su artefacto político a Más País. Su proyecto andalucista puede parecer rancio, pero si se torna más integrador que nacionalista podría tener sentido. A la vista de las encuestas, a Adelante no le sobran apoyos y harían bien en pensar en alianzas. Errejón, menos adorado de sí mismo que Sánchez, no se ha dejado llevar por el revanchismo, por si cuela. Ni siquiera parece acordarse ya de que los afines a Teresa inclinaron la balanza en favor de Iglesias en el congreso que forzó su salida de Podemos. Aunque los suyos en Andalucía marquen distancias con Teresa, él prefiere sumar: sabe que los partidos no pueden ser vistos como un ente superior antes que como parte de la sociedad plural a la que representan. Lo peor no es que Sánchez se equivocara con Ayuso, es que no rectifica, presa del cesarismo. Pese a su gran victoria frente a Susana en su día y a su asentamiento en el poder, siempre le acompaña un gesto infeliz, emparentado con una cierta carencia de humildad. A veces evoca la legendaria ocasión en que César intentó atravesar el mar en mitad de la tormenta perfecta. Cuando el marino que llevaba el timón se puso a temblar, César le recriminó: ¿Pero de qué tienes miedo? ¡Llevas a César! Sánchez y sus cobistas aún no han entendido por qué ganaran en Cataluña con la mismas armas con que cayeron en Madrid. Para lograrlo, han de conocer mejor su país y preguntarse si su obligación es someterse a la voluntad de la gente y rendir cuentas o mantenerse por encima de lo divino al margen de los problemas que de verdad nos igualan a todos.

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