Crónicas del retornado

Guillermo / Alonso / Del Real

De santos y difuntos

Y si yo les dijera que me gusta eso del Halloween? O jalogüín en versión local. Me refiero a mi propio jalogüín, al que vivimos en mi casa. Ya por la tarde preparamos una buena cantidad de caramelos, porque sabemos lo que se nos viene encima. Nos sentamos a esperar con algo de impaciencia y se produce la primera aparición: una brujita que no levanta tres cuartas del suelo. Guapísima y sonriente: primer puñado de caramelos.

A la segunda, se trata de un grupo numerosísimo y sonriente de chavalines acompañados de sus papás: "¡truco o trato!". Algo de charla con las familias y torrente de caramelos… Nos lo estamos pasando de miedo, aunque de miedo, nada. Las últimas, cuatro o cinco mocitas, ya no tan niñas, pero igualmente divertidas y guapas. La infancia dura mucho más que lo que nos creemos.

De hecho, algunos años he echado mano de mis máscaras teatrales más terroríficas para recibir a los pequeños espectros, que primero no entienden y luego se mondan de risa. Me gusta mucho ver disfrutar a los niños, con o sin ortodoxia. Porque sí.

A los niños les gustan las historias de miedo. Mi profe predilecta suele dedicar algunas clases por estas fechas a contar y hacer contar cuentos de miedo, con preferencia a los tradicionales y a los de propia invención.

Me dice que hasta las clases más revoltosas se convierten en un auditorio atentísimo y concentrado. La vieja tradición de contar cuentos renace en estas ocasiones, una tradición que venero y que se está perdiendo bajo la marea de tabletas, videojuegos y otros parásitos, tendentes sobre todo a individualizar al sujeto, impidiéndole el goce supremo de la conversación. Pueden ser todo lo ingeniosos o sofisticados que se quiera, pero permítanme que yo no los vea con excesiva simpatía.

Me ha sorprendido bastante que determinadas autoridades eclesiásticas la hayan tomado con esa fiesta, evidentemente importada, no más que el árbol de Navidad. Y tampoco las he visto apoyar la tradición de "Tosantos", que por cierto contiene numerosas reminiscencias paganas, en sus manifestaciones más populares.

El culto a los muertos en la Roma antigua era muy popular y las "Parentalia" eran fastos de mucha categoría. En determinadas culturas, como la mexicana, son fiestas de elevado sincretismo, mezcla de elementos cristianos e indígenas paganos. Tanto así ocurre con el Halloween de origen celta, coincidente en fechas con la católica festividad de Difuntos.

En Chiclana se solía ir al cementerio a cuidar las tumbas de nuestros difuntos ("manes" para los romanos) y se solían llevar frutos de temporada: nueces, castañas, manzanas… Y en la criticada fiesta pagana reina la calabaza, otro fruto de temporada.

Los musulmanes también honran a sus muertos en determinadas fechas y muchos de ellos se llevan el cus-cús a sus sobrios cementerios para comer en compañía de los seres queridos que pasaron al otro mundo.

Y algo muy peculiar: las festividades cristianas de difuntos y santos se celebran en fechas contiguas. Sin embargo, es indiscutible el arraigo popular de la de difuntos, que ocupa el centro de atención, relegando la de los santos a un segundo o tercer plano. Habrá que preguntarse por qué razón.

Yo creo que el asunto de la muerte ocupa un importante lugar en la mente de los vivos, en tanto que eso de los santos, como que nos pilla más lejos. Los difuntos son algo muy próximo y a ellos nos unen sentimientos de amor y nostalgia muy poderosos. También, el miedo. El mismo miedo a la muerte propia, que muy pocos negarían con sinceridad; y el miedo a que esos muertos no se queden tranquilitos en su eterno reposo y vengan a chincharnos la existencia a los vivos.

Hay toneladas de literatura, culta y popular, dedicadas a aparecidos, fantasmas y similares. Hasta canciones: "Desiderio, Desiderio…" o "La hija de Juan Simón"… ¡Menudo repertorio, que, en algunos casos hasta muestra matices cómicos: "Tumbas por aquí, tumbas por allá…!" Es que el humor es un poderoso antídoto contra el temor irracional.

Lo de los santos se ve que no nos llama tanto la atención. Primero, porque, al parecer, son muchísimos y cada uno de su padre y de su madre: "todos los santos", así de genérico. Incluso hay santos verdaderamente curiosos y peregrinos, como se puede ver echándole un vistazo al "San Toral" del gran Pepe Pettenghi. Luego están los santos con carné, los de garantía de origen, o sea, los canonizados.

El proceso de canonización en sí muestra elementos de elevado pintoresquismo: de siervo de Dios a beato, de beato a santo con todas las de la ley y que corra el escalafón. Y lo de los milagros: si no hay milagro, no hay santo propiamente dicho. Incluso en las canonizaciones exprés. ¿Y si el canonizable era una persona tranquila y no amante de alardes de ese tipo?

Personalmente opino que cada cual lo celebre como quiera, porque solsticios y equinoccios son para todos.

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