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la esquina

José Aguilar

¿No hay salida?

LO que está pasando es insólito. Se suponía que el rigor con que el Gobierno ha utilizado las tijeras del recorte social y la exacción fiscal sería impugnado dentro de casa, pero comprendido y bien recibido fuera, allí donde se decide en gran parte nuestro futuro. Pues nada de eso.

El malestar se ha reflejado en las masivas manifestaciones callejeras del jueves, preludio de una movilización colectiva muy amplia y sentida y compendio de un pesimismo que aún no ha derivado en resignación. Ha tenido la virtud de congelar la sonrisa de los ministros y de desterrar las bromas y aplausos de los diputados del PP. ¿Acaso hay algún motivo para sonreír o para aplaudir?

Hasta el más lerdo o cínico del Gobierno y sus aledaños ha entendido que no está el horno para esos bollos de la arrogancia y la prepotencia. Rajoy y los suyos ya saben que la mayoría absoluta no lo es todo en estas circunstancias excepcionales. Les da la legitimidad política para decretar los recortes que se consideran un mal absolutamente necesario, pero les deja solos en el hemiciclo parlamentario y en la calle. Los gobiernos de las naciones rescatadas e intervenidas (Grecia, Irlanda, Portugal) cayeron porque carecían de esa mayoría, pero ninguno se desgastó tanto en los siete meses que lleva el de España en el poder.

Lo novedoso es que aquí la soledad política del PP y su creciente aislamiento social no han sido compensados por el logro del objetivo fundamental que se perseguía: tranquilizar a los mercados. El anuncio oficioso del ajuste duro, su aprobación oficial, su agravamiento al publicarse en el Boletín Oficial del Estado y, finalmente, su convalidación por el Congreso de los Diputados se han sucedido en una semana trágica, en la que las noticias económicas han pasado de lo sombrío a lo lúgubre. Ayer mismo la famosa y excitable prima de riesgo -indicadora del grado de desconfianza internacional hacia la economía española- alcanzó un máximo histórico, la Bolsa volvió a caerse y la Comunidad Valenciana solicitó ser rescatada por el Estado a través del mecanismo de financiación recién acordado.

Así está el tema. La pregunta es qué más tenemos que hacer para que nuestros acreedores y financiadores confíen en que, gracias a este ahorro draconiano, vamos a ir pagando nuestras deudas y acepten renegociarlas. El Gobierno está siendo brutalmente firme en gastar menos e ingresar más y arrostrando una impopularidad que puede llevárselo por delante. Por lo que se ve, no es suficiente. Si gobernara Rubalcaba en vez de Rajoy sólo cambiaría suavemente el reparto de sacrificios, no el fondo de la política económica. De modo que uno se pregunta, aterrorizado, si es que no hay salida.

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