Para comprender la situación hay que remontarse a los años en los que José María González era militante de Izquierda Anticapitalista y sindicalista de USTEA. Su actividad en estos grupos situados a la izquierda del espectro social mezclaban el debate y la agitación en todo tipo de movilizaciones. De ese mundo surge la candidatura de Podemos en la ciudad hace ahora cuatro años con la etiqueta Por Cádiz Sí Se Puede. La carambola del destino condujo a José María González a ocupar la alcaldía (un día contaré el origen de la expresión "el sillón de Salvochea") porque nadie, y menos los protagonistas, habían pensado que el PP y el PSOE iban a tener unos resultados tan malos y Podemos tan buenos. Los concejales electos no estaban preparados para gobernar por lo que tuvieron que adaptarse poco a poco, los que han sido capaces, al ritmo de la administración y a las limitaciones de las instituciones. Unos pocos meses después de hacerse cargo del Ayuntamiento el gobierno local organizó una asamblea en el barrio de Loreto para dar a conocer análisis y estudios realizados por técnicos sobre la contaminación del agua para consumo de este barrio en octubre de 2014. En aquel entonces los vecinos tuvieron que usar agua mineral para comer e ir a ducharse al Estadio durante 20 días mientras se detectaba el origen del problema y se resolvía. En aquella época Ignacio Romaní, presidente de Aguas de Cádiz, y Teófila Martínez pensaban que el poder del que gozaban era eterno por lo que trataron con displicencia el problema hasta el punto de que se gastó más dinero en propaganda que en resolverlo. El alcalde todavía tenía los reflejos condicionados de las asambleas y la movilización callejera por lo que se le calentó la boca ante el auditorio. Nada que no ocurra cada día en la política española donde unos a otros se llaman golpistas, racistas, corruptos y cosas peores. Teófila Martínez e Ignacio Romaní llevaron el asunto a los tribunales que ahora, en parte, les han dado la razón. Después de aquella asamblea se supo la manera en la que el propio Romaní despilfarraba el dinero de Aguas de Cádiz mientras las redes de suministro estaban en tal estado que llevaron a la situación conocida, por no hablar del alcantarillado, que no se tocaba porque no se veía. En todo caso aquel día el alcalde quizás no había comprendido aún las servidumbres de su cargo que le impiden hablar como si fuera un sindicalista, así como el odio que despierta entre sus adversarios que le consideran un intruso.

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