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Antes rota que roja

Podemos parece que no puede resistirse al indiscreto encanto del soberanismo

Eran otros tiempos. José Calvo Sotelo, el prohombre de derechas, aseguró que prefería antes una España roja que rota. Se mostraba dispuesto a sacrificar sus ideas por su país, y quién sabe si no lo sacrificaron por eso. Hoy en día, el prohombre alfa de izquierdas, Pablo Iglesias, ha tomado la actitud diametralmente contraria. Prefiere sacrificar su ideología a cambio de ver a España rota. O es lo que parece: él, su partido, sus confluencias y sus afines no dejan de hacer el caldo gordo al independentismo.

Lo que choca. El soberanismo es lo más contrario del mundo a la internacionalización del proletariado. No sólo eso: la raíz de su movimiento es la insolidaridad: "España nos roba". Es una protesta de ricos que no quieren auxiliar a los pobres, y eso es lo que apoyan los de las izquierdas más puras. También les falta la cobertura democrática: no existe (más allá del jaleo) una mayoría cualificada independentista, ni siquiera simple. Y todavía más: ¿qué fundamento jurídico esgrime el independentismo? Lo menos progresista que hay: la historia y, todavía menos, la leyenda, que invocan tanto como la inventan. Y el progresismo, aplaudiéndoles el regreso al pasado, exornado de exclusiones y xenofobias.

Podría pensarse que se trata de una estrategia de cabeza de ratón. Cabe una posibilidad de que Cataluña se convirtiese en la Cuba del Mediterráneo como el País Vasco iba a ser la Cuba del Cantábrico. Pero es una muy remota: el elemento burgués de Cataluña tiene un peso, por mucho que parezca sobrepasado. Y en la que, si se diera, Ada Colau le colaría el gol por toda la escuadra al compañero Iglesias.

Descartada la inteligencia, queda el instinto. Lo que lleva a Iglesias a mirar admirando al secesionismo no es otra cosa que el sentimiento antiespañol que la izquierda española lleva en la masa de la sangre. Por eso cuentan con Otegui. Otra temporada más tranquila tendríamos que analizar esa querencia a esta malquerencia. Puede que confundan a España con el PP, pero es, además, algo más hondo y más complejo. Hoy nos basta con constatar que la querencia (que nunca tendría que haber salido de un subconsciente reprimido) está adquiriendo un protagonismo político excesivo. ¿Hasta qué extremo o hasta qué punto (de las encuestas) los votantes de base de Podemos de toda España comparten ese seguidismo a un movimiento tan reaccionario como el independentismo? Ésa es la cuestión.

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