Tras la toma de posesión de Juanma Moreno, los ex presidentes Rodríguez de la Borbolla y Manuel Chaves se quedaron charlando un buen rato. El primero restaba importancia al hecho de que haya sido necesario el acuerdo entre tres partidos para alcanzar el poder, a tenor de que en Madrid fue precisa la suma de "hasta nueve fuerzas" -destacó- para la moción de censura contra Rajoy. En esas estaban cuando Francisco de la Torre les saludó, y Chaves le deseó suerte en las municipales: "¿Tú también a intentar seguir con el régimen en Málaga, no?", bromeó. Y el alcalde asintió, al tiempo que le recordó que él no llevaba tantos años: "Ahora me gustaría, y lo digo sin ánimo de critica -añadió en tono distendido-, que se le dé su sitio a las ciudades".

Después de que Susana Díaz alentara a los suyos, incluidos los cargos públicos, a rodear el Parlamento en el discurso de investidura del líder del PP, el saber estar de Chaves y Rodríguez de la Borbolla, que aceptan lo que venga con deportividad, resultó balsámico. A los más escépticos su gesto les sirvió para reconciliarse con el noble arte de la política, aunque fuese por unas horas, que por cierto fueron las más felices para los populares de ayer y de hoy. Algunos militantes y amigos, mientras se acercaban al flamante presidente para hacerse un selfie, casi no daban crédito. Y por más que Díaz asistiera esta vez con la sonrisa forzada, ya no resultaba creíble. No supo encajar los resultados y es una pena. Por desgracia, hace ya mucho que se rompieron los códigos no escritos y la política actual no tiene nada que ver con la de antes en el fondo y las formas. Las mayorías absolutas cada vez están más caras y en este tiempo gobiernan los perdedores lo mismo en Cádiz, que en Sevilla que en Madrid. El molde también es distinto: falta preparación, más carisma y liderazgo para transformar la realidad. Si le añadimos la crispación (bien alimentada por las redes sociales) y unos salarios que no pueden competir en el sector privado para atraer el talento a la gestión pública, el futuro no puede ser más desalentador. Muy pronto, sólo los osados y los más desesperados darán el salto a la política, lo que abonará el terreno a los mediocres.

La organización y la disciplina son vitales para el trabajo en equipo. Ahora bien, los partidos que sólo promocionan a los espoliques y no admiten al que piensa diferente están abocados a la ruina. Que le pregunten a Pablo Iglesias. Como las instituciones, los partidos ganan credibilidad y confianza cuando asumen la autocrítica y ahuyentan la soberbia. Pero hoy prima el servilismo en detrimento de la menor dosis de rebeldía. Los parlamentarios británicos sí acostumbran a atizar a sus líderes. Pero a Susana no le ha tosido nadie en un lustro en su grupo. Los socialistas han gobernado tantos años, que olvidaron que la política ha de ser una transición. La mayoría se limitó a exhibir su adhesión inquebrantable. Son los mismos que no tardarán en darle la espalda. Con su presencia, Chaves y Rodríguez de la Borbolla no sólo estuvieron a la altura del acto: lo hicieron más solemne y dejaron una lección para el futuro, que es la primera que se enseña a los chiquillos: hay que saber perder. Seguro que hasta Susana acaba por encajarlo.

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