La esquina

José Aguilar / Jaguilar@grupojoly.com

La risa

UN corazón lleno de alegría cura como una medicina, se dice en la Biblia y se ha constatado de manera empírica con muchos enfermos. La risoterapia, en efecto, ya no puede ser tomada a risa, sino completamente en serio: se aplica en muchos hospitales, con éxito de público y crítica, y se enseña en las escuelas de salud más avanzadas. Reír para curarse, ése es el lema.

Cierto que hay cosas que no son para reírse, pero reconozcamos que son las menos, y dentro de su condición de minoría tampoco es que se puedan curar con la tristeza. Más bien empeoran si no se las afronta desde el buen humor. Es algo que se aprende con el paso del tiempo. Con la edad uno se arrepiente de no haberse reído más, de haberse cogido unos berrinches en la adolescencia y en la juventud por motivos que o bien eran fútiles o bien no tenían remedio de todos modos, así que hubiera sido más rentable no amargarse por su culpa. Pero, claro, de eso se cae en la cuenta cuando ya no tiene remedio.

Los médicos e investigadores se centran en las virtudes terapéuticas de la risa desde el punto de vista fisiológico. Nos dicen: la risa mueve varios cientos de músculos del cuerpo, ensancha los pulmones, oxigena los tejidos y fortalece el sistema inmunológico. Y hacen cálculos casi exactos sobre la equivalencia entre unos cuantos minutos de risa y un montón de tiempo de ejercicio o, al revés, entre un ratón de tensión, destemplanza y malhumor y unas horas de ejercicio físico intenso.

Pero también cualquier lego puede deducir fácilmente, observando su propia vida, que la risa beneficia más que la solemnidad. Es una gran vacuna contra la soberbia y la intolerancia. Subvierte el orden establecido y evita el amargamiento. Los dictadores y los terroristas nunca se ríen. En cambio los niños se ríen sin parar, hasta trescientas veces al día. Es entonces cuando están para comérselos. Luego ya saben lo que pasa... A partir de los seis años empiezan a estropearse y se ríen menos. Cuando llegamos a adultos pasamos días enteros sin una sonrisilla que llevarnos a la boca ( o a los ojos, que también tienen esa capacidad). Hagan la prueba ustedes mismos, a solas y con sinceridad.

En fin, con las excepciones irremediables de la enfermedad grave o la pobreza extrema, en la parte del mundo en que vivimos faltan razones para tanta iracundia e indignación como circulan cotidianamente. Nos miramos el ombligo más de la cuenta y no somos conscientes de que más allá de esa cicatriz anodina y propicia a la suciedad hay una vida llena de oportunidades para carcajearse hasta que se le salten a uno las lágrimas. Se lo digo a los jóvenes: reíros mucho de casi todo. Pero no me hacen caso.

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