La risa y el olvido

A Guerra querían "hacerle un Clementis" -vamos a llamarlo así- en la celebración de los 40 años de la victoria del 82El tranvía, con eso de dejarte en los centros de tres ciudades de la Bahía, permitirá disfrutar de jornadas inéditas

Milan Kundera -que tiene ya 93 años- contaba al comienzo de El libro de la risa y el olvido una historia real que podría servir como metáfora de los mecanismos internos de todo poder político. En febrero de 1948, cuando el Partido Comunista de Checoslovaquia llegó al poder, el líder del Partido -un tal Klement Gottwald- saludó al pueblo desde el balcón de uno de los más bellos palacios de Praga. A su lado estaba su lugarteniente, el camarada Vladimir Clementis. Pero Clementis, pocos años después, cayó en desgracia y fue acusado de ser un peligroso desviacionista amigo de Israel y de los imperialistas norteamericanos, así que fue condenado en un juicio farsa a ser ahorcado junto con otros líderes del partido.

A partir de aquel día, la foto del Gran Líder saludando al pueblo -que presidía todas los despachos oficiales- fue sometida a un delicado proceso de lo que entonces aún no se conocía como "Photoshop": el desviacionista Clementis desapareció de la foto, y donde antes se veía a un hombre, ahora sólo se veía un hueco que dejaba a la vista la fría fachada del palacio barroco. El Gran Líder estaba solo en el balcón. Clementis ya no existía. Más aún, Clementis nunca había existido. El sueño húmedo de todo poder totalitario se había cumplido (en España lo conocimos muy bien durante la dictadura franquista): la capacidad de cambiar no sólo el presente, sino también el pasado. Decidir qué había sido real y qué no lo había sido. Dictaminar la única verdad de los hechos. Y así, el fiel Clementis nunca había estado aquel día en el balcón.

Salvando todas las distancias, que son muchas en la superficie aunque no son tantas en el fondo del asunto, a Alfonso Guerra querían hacerle un Clementis -vamos a llamarlo así- en la celebración de los cuarenta años de la victoria socialista de octubre de 1982. Guerra, que era el lugarteniente fiel de Felipe González, se ha convertido en una figura muy incómoda para la ortodoxia sanchista que gobierna el partido -llamémosla la "línea Frankenstein"-, así que se olvidaron de él para las celebraciones, no fuera a ser que dijera algo improcedente que desmintiese la versión oficial. Ahora parece que los organizadores se han desdicho, pero la tentación autoritaria de eliminar al personaje incómodo, borrándolo de la escena del balcón, estaba ahí. Todo muy coherente, sí señor.

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