Al revés

Critican la excepción de las risas entre Espinosa de los Monteros e Iglesias; yo las critico porque esa excepción

Qué escandalera han montado las imágenes de Espinosa de los Monteros hablando animadamente con un risueño Pablo Iglesias y una sonriente Inés Arrimadas. Iglesias corrió a celebrarlo como un acto de "condición humana" [sic], quizá para ponerse la venda antes de la herida, pero tarde, porque enseguida Rufián le ha afeado que se trate con los culpables de que Junqueras esté en la trena, motejándole irónicamente de "Vicepresidente", con comillitas y todo. En extraña pinza, desde el PP, Teodoro García Egea ha visto en esa imagen una prueba de la complicidad Vox-Podemos.

Los más sensatos han corrido a defender la amable y cotidiana charla entre compañeros de Congreso. Hay respuestas muy ingeniosas, aunque no la de Pablo Iglesias, casi pidiendo perdón porque con Junqueras le une mucho y tal, y con Espinosa apenas la casualidad del encuentro. Hay que comprender que el "Vicepresidente" se juega eso, precisamente. Pero, en líneas generales, la mayoría ha loado el buen rollo.

Sin embargo, yo vengo a posicionarme en la orilla de quienes protestan, con los que no estoy en absoluto de acuerdo. También veo algo indecente en esa imagen de las risitas, aunque por razones radicalmente contrarias a las de Rufián y a las de Teo. Me parece que ese tono distendido es el que había que tener en la tribuna del Congreso. No guardarlo para las recepciones políticas, para el bar del Congreso o los pasillos y para las comidas o cenas discretas.

En su actividad política es cuando los diputados representan a todos los españoles y donde, por un peligroso efecto mimético, nos lanzan a unos contra otros. Desde allí dan el tono bronco de la discusión política al resto de los ciudadanos. Sería el lugar para las maneras más exquisitas, para oír las razones del contrario y para entenderlas hasta donde se pueda, defendiendo las propias sin insultar nunca. Si los roces de la vida parlamentaria generan tensión o malentendidos, esos sí tendrían que quedarse para detrás de las columnas o para los cócteles, donde podrían limar sus asperezas con más acíbar.

En resumen, que estoy muy a favor del buen rollo, pero lo preferiría en las instituciones. Justo al contrario de lo que pasa. Una vez que sean capaces de llevarse bien en público, defendiendo cada cual su programa y los intereses de sus votantes, sin saña; entonces no tengo ningún inconveniente en que se echen todas las risas que quieran donde quieran.

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