La firma invitada

Abel B. / Veiga Copo

No retorno

EN ese punto, el de la inacción, el de la incapacidad manifiesta para decidir siquiera la acción de gobierno, la iniciativa, la gestión, la habilidad de sumar y tender puentes, la confianza y la credibilidad, y un largísimo etcétera donde ni siquiera sorprende ya la rectificación diaria, la variabilidad de criterio sin racionalidad alguna, hemos llegado al no retorno. No retorno de un gobierno pésimo, atrapado por el miedo, la impericia, la incapacidad para reaccionar, para plantear soluciones, para dar respuesta a los problemas de los ciudadanos de a pie que sufren con fiereza los embates de esta crisis económica que nos ha golpeado con una fuerza inusitada ante la pasmosidad y pasividad creciente de un gobierno desbordado, un gobierno en declive, en retroceso, atrincherado en las cuevas de la nada, en el bunker de la contumacia y la inacción. Ni siquiera aparenta ya nada. No hay discurso, no hay nada que ofrecer. Las quimeras no resisten el paso no ya de los días, sino de las horas.

Más de una vez hemos repetido el viejo dicho de que la política es algo demasiado serio para dejársela sólo a los políticos. Y perdida la confianza, ¿en qué debe creer el ciudadano? De nada sirve buscar ya culpables y emponzoñar aún más un tedioso y crispado debate que estratégicamente unos y otros han aderezado como mejor convenían a sus intereses electorales. Ahora una plataforma de empresarios y presidentes de grandes bufetes de abogados, nos dicen que tenemos que confiar, que esto lo arreglamos entre todos. Probablemente ellos no sientan en carne propia el drama terrible del paro en cuatro millones de familias, el no hacer frente a hipotecas o seguros médicos, pero nos hablan de confianza. Hermosa palabra, pero interesada y partidista. Cuando un gobierno fracasa, cuando un gobierno falta a la verdad, y trata incesantemente a los ciudadanos como menores de edad, cuando un gobierno pierde en los foros internacionales europeos sobre todo, todo atisbo de credibilidad y seriedad, cuando un gobierno se resiste con añagazas a reconocer los hechos, la realidad, lo que debe hacer es dimitir, disolver las Cortes y convocar elecciones.

Es un gobierno eclipsado, desabrido, falto de coherencia y conexión. Un gabinete que no está cohesionado, donde cada uno navega sin rumbo siquiera propio. Donde la vicepresidenta de turno, económica o política tiene que contrariar en público y amonestar la última propuesta de cualquier secretario de Estado. Donde el perfil técnico y profesional ha sido defenestrado en detrimento del clientelismo partidista y política. No, no estoy a favor de ningún pacto de Estado. Es el fracaso del Gobierno el que no se puede solucionar con un pacto. Para pactar o transar hacen faltan dos elementos, voluntad de hacerlo, y saber qué pactar. Y aquí en este yermo de ideas, huérfanos todos de liderazgo y coraje político, ni unos ni otros quieren pactar, solo distraer la gravedad, ganar tiempo para que sea éste precisamente el que ayude a solucionar la coyuntura. ¿Para qué sirve en este caso un gobierno si lo que hace es poner todavía más palos a las ruedas? Ni siquiera es viable ni recomendable un gobierno de concentración, este sólo lo es para momentos de excepcionalidad tota, tanto en lo económico, como en lo político y social, y no estamos en esas. Y aún así, y presidido por los socialistas no sería tolerable que lo liderara Rodríguez Zapatero. Éste es un político, nunca ha sido líder, en caída libre. En caída hacia ningún lugar. Sabíamos cuando hace dos años exactamente ganó las elecciones que fuese cual fuese el ganador, Rajoy o él, la crisis podía llevarse por delante a cualquiera de los dos e incluso al sucesor. Pero lo que nunca esperábamos era la capacidad patológica y cerril de negar hechos, realidades, evidencias, consejos y recomendaciones.

¿Y la sociedad civil? Todavía sigue esperándose por ella, tal vez ni siquiera es capaz de encontrarse a sí misma. Pero que no nos vengan cámaras de comercio, ex políticos, empresarios y profesionales de la abogacía con voluntaristas y si acaso bienintencionadas palabras a tratar de ahormar conciencias. La confianza tarda en perderse, pero más en conquistarse de nuevo. Y aquí cada uno siente igual que sienten los suyos, sus iguales, no lo que nos digan otros de sus atalayas de confortabilidad y seguridad. No retorno, hemos llegado a ese punto trágico en política. Y empieza a ser hora de reaccionar.

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