Jueves Santo Horarios, itinerarios y recorridos del Jueves Santo y Madrugada en la Semana Santa de Cádiz 2024

Según una encuesta reciente, realizada por Sigma Dos para El Mundo, la mayoría de los españoles considera que don Juan Carlos debe volver a España, algo que hasta el momento no ha sido posible más por motivos de conveniencia que por razones estrictamente legales. La negativa expresa de la Casa Real y la implícita del Gobierno, al prolongar infructuosas diligencias prejudiciales, cercenan toda expectativa de regreso.

Con independencia de la opinión de cada cual sobre la monarquía, es indudable que nos encontramos ante una situación anómala. Dice muy poco de nuestro país que don Juan Carlos, jefe de Estado durante casi cuatro décadas, protagonista esencial en la construcción de nuestra democracia, se mantenga en un extrañamiento de facto sin que, para mayor asombro, pese sobre él causa judicial alguna.

Mal que bien, uno puede llegar a comprender la posición del actual monarca. Al cabo, en la historia de las monarquías siempre primó el instinto de supervivencia sobre los lazos afectivos y de sangre. Está en los genes del oficio. Peor se entiende la actitud del Gobierno: no existiendo reproche procesal, nada le autoriza a coartar la libertad de movimiento de ningún ciudadano. Ábrase juicio si procede; pero si no, si de lo que se trata es de prolongar una sospecha políticamente rentable, paradójicamente lo que quiebra es ese principio de igualdad por el que tanto claman los antimonárquicos.

Es cierto que en la trayectoria privada del Rey Emérito hay comportamientos éticamente reprobables, incompatibles además con su propia biografía pública. Su admirable legado histórico se ha visto empañado por prácticas irregulares, impropias del respeto que debiera haber tenido para consigo mismo y la Corona. Pero eso no justifica que se falsee la realidad, se desdeñe el Estado de Derecho y se le condene por hechos por los que ni tan siquiera ha sido imputado. Operen las leyes, modifíquense si falta hiciere, pero jamás se incumplan por intereses políticos, dinásticos o ideológicos.

Han transcurrido 137 años desde el día en que un rey de España muriera en su tierra. Con don Juan Carlos tiene que terminar esta lamentable anormalidad. Solo, envejecido y enfermo, con tantos logros en el haber como extravíos en el debe, no merece un final tan lóbrego. Ni él, ni la propia dignidad olvidada de una España ininteligible que vitorea a sus asesinos retornados mientras aparta, abandona y guillotina civilmente a sus reyes.

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