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La tribuna

josé Joaquín Castellón Martín

Sobre los referéndum

LA gran aportación de la Ilustración francesa a la historia de la humanidad fue expresada de manera certera y precisa por J. J. Rousseau con su concepto de contrato social. En este concepto se concentraba y profundizaba la tradición filosófica de siglos precedentes en los que iba abriéndose camino la idea de la soberanía popular, ya propuesta por el filósofo español F. de Suárez. Los filósofos ilustrados adelantaron y tematizaron la república burguesa como forma de gobierno que poco a poco iría profundizando en democracia. En estos últimos tiempos, se proponen dos referéndums, uno sobre la forma de la jefatura de gobierno y otro sobre la independencia de Cataluña. Y parece que quien se opone a ese "derecho a decidir" comete un pecado contra la democracia.

La modernidad ya ha pasado, dejando valores y contravalores muy significativos; vivimos tiempos más conscientes de la complejidad de lo real. La modernidad cayó en la tentación de simplificar la realidad para conceptualizarla de manera "clara y distinta", en conocida expresión cartesiana. En este nuevo tiempo, desde finales del siglo XX, la conciencia de la complejidad de la realidad, de toda la realidad, también de la realidad socio-histórica, es una constante. La filosofía impulsa esta conciencia y descubre que es el diálogo argumentativo y no un decisionismo simplón, de "sí o no", lo que debe fundar nuestras democracias. Así lo proponen filósofos como Habermas o Apel. Otras corrientes ético-políticas señalan un aspecto importante e insoslayable: que el mero procedimiento de un contrato social, por muy necesario que sea, no funda realmente una sociedad; sin la transmisión de los valores humanos enraizados en su propia historia y en instituciones de inspiración moral ninguna sociedad puede subsistir. Son los llamados filósofos comunitaristas. La complejidad de nuestra realidad nos descubre que el decisionismo plebiscitario simplista puede parecer más democrático, pero tiene el peligro de romper las bases prepolíticas de la democracia. No podemos inventarnos la realidad, aunque sí hemos de encargarnos de reorientarla. Desde estas nuevas perspectivas de la filosofía política es la comprensión simplista del "contrato social" la que es anacrónica y engañosa, la que no está a la altura de estos tiempos. Un plebiscito significa el punto y final del diálogo; un plebiscito significa la victoria de una parte de la sociedad sobre otra. La conciencia de la complejidad busca tejer consensos que tengan como horizonte una racionalidad compartida.

La historia no marcha hacia atrás y, por supuesto, en nuestro país se han de ir configurando los diversos aspectos de la vida social desde las decisiones de la mayoría de los ciudadanos. Pero tomar el mecanismo del referéndum como el único procedimiento de validación institucional de la pertenencia a un estado, tal y como plantean los independentistas, o la forma de la jefatura del estado, como reivindican los republicanos, es propio de un tiempo ya pasado, anacrónicamente Moderno. La historia que nos ha constituido, porque forma parte de nosotros aunque no queramos, merece nuestra consideración. Un referéndum es la puesta en práctica de la democracia en una dimensión estrictamente sincrónica, y no diacrónica; un referéndum no tiene en cuenta los esfuerzos de los que ya no viven, ni la opinión de los que aun no pueden votar. Puede darse la paradoja de que un poder político concreto quiera realizar un referéndum, justo en el momento que sabe que va a ganarlo. Puede darse la paradoja de que quien ha expulsado de su territorio a cientos de miles de ciudadanos, haciéndole la vida imposible, quiera celebrar un referéndum ya sin la rémora de los que expulsó. Puede darse la paradoja de que se quiera celebrar un referéndum después de un brutal proceso de adoctrinamiento ideológico por parte de quien tiene el poder mediático e institucional. Puede darse la paradoja de que una mayoría relativa de ciudadanos de una región enriquecida suplante a la inmensa mayoría de los ciudadanos del país entero que posibilitaron ese enriquecimiento. Un referéndum puede ser la coartada perfecta de la injusticia de los poderosos.

Naturalmente la democracia no se puede alienar siendo exclusivamente democracia representativa. Pero estos referéndum no serán solución para nuestros problemas. El principal de nuestros problemas está en el poder omnímodo del aparato de los partidos políticos allí donde gobiernan, porque se encargan de laminar o subsidiar todo brote de sociedad civil que aparezca. Este poder omnímodo de los aparatos de los partidos ha sido la cobertura que la corrupción ha necesitado para apolillar nuestras estructuras sociales y la conciencia crítica de la sociedad. Los plebiscitos que se demandan pueden servir de señuelos para desviar la atención de los ciudadanos en la inaplazable regeneración política que demandamos.

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