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EL SEXTANTE DEL COMANDANTE

Luis Mollá Ayuso. Capitán de navío

Cuando la realidad supera a la ficción

El espía que cambió la inteligencia militar. En 2013 se cumplió el centenario de la muerte de Alfred Redl, militar austrohúngaro que traicionó a su país antes de la Primera Guerra Mundial

HE dejado terminar el año para confirmar el olvido que se ha hecho del centenario de la muerte de Alfred Redl, un oficial del ejército austrohúngaro que dinamitó el mundo de la inteligencia militar pocas fechas antes del comienzo de la Primera Guerra Mundial. La traición cometida sobre su país siendo jefe de su servicio de espionaje, al vender información a las potencias extranjeras, obligó a los países europeos a sacudir sus redes de agentes, razón por la que, excepto en casos muy concretos, estos no tuvieron demasiada presencia en la citada guerra.

Durante buena parte de su vida militar, Redl sirvió a su país en los servicios de información. Hombre astuto, inteligente y cínico, sentó las bases del espionaje moderno. Con 19 años se graduó brillantemente en la escuela de cadetes de Brno, por lo que fue seleccionado para el prestigioso curso de Estado Mayor a pesar de haber estudiado la carrera en una academia de escaso prestigio. Su expediente le sirvió para pasar destinado a la oficina de Ferrocarriles del Ejército, puesto de suma importancia, ya que en aquella época los grandes movimientos de tropas se hacían en ferrocarril. Redl consiguió hacerse con el mapa de vías de los rusos y al mismo tiempo tomó contacto con el mundo de los espías, en el que consiguió ascender meteóricamente hasta alcanzar la cima del servicio de información del ejército austríaco.

El trabajo de Redl no pasó desapercibido a los rusos, que potenciaron sus propios servicios de inteligencia, enviando a Viena a un joven oficial que se hizo pasar por turista para buscar vulnerabilidades en el entramado de espías austríacos y lo que encontró fue un auténtico filón, al descubrir que el propio Redl tenía relaciones homosexuales con un joven militar. Sometido a un chantaje que amenazaba con destruir su prometedora carrera y hubiera dado con sus huesos en la cárcel, Redl se avino a colaborar con los rusos a los que empezó a pasar documentos cada vez más importantes, recibiendo a cambio importantes sumas de dinero que le permitían llevar la vida de un pachá. Cuando la Primera Guerra Mundial era inevitable, los enemigos del imperio conocían perfectamente el orden de batalla de los austríacos, su disposición de fuerzas y los planos de las fortificaciones principales.

Sus jefes nunca recelaron de él, a pesar de que los agentes infiltrados en Rusia eran sistemáticamente desenmascarados. Hoy sabemos que muchos de ellos eran captados por el propio Redl con el único fin de sacrificarlos. En 1909 estuvo a punto de ser descubierto cuando el agregado militar inglés en San Petersburgo confió a su homólogo austríaco que un oficial de su país estaba entregando a los rusos información altamente sensible. La fe que sus jefes tenían puesta en Redl era tal que la investigación le fue confiada a él mismo, de modo que no tuvo problemas en derivar las responsabilidades hacia un oscuro funcionario que había empezado a desconfiar de él, aunque, paradójicamente, tanta premiosidad le valió un ascenso, con lo que tuvo que abandonar la jefatura del servicio de información.

Su desenmascaramiento tuvo los tintes de una película de espías. Como quiera que había perdido contacto directo con los agentes extranjeros, empezó a recibir dinero mediante envíos postales, uno de los cuales fue devuelto sin que pudiera localizarse al remitente. Al abrir el sobre, el sorprendido funcionario encontró una importante cantidad de dinero y una lista de direcciones. El sobre fue entregado a Maximilian Ronge, sucesor de Redl en el servicio de información, el cual lo dejó en la oficina de correos a modo de cebo, después de enviar aviso para su recogida al apartado postal al que iba dirigido. Aunque tardó un mes, Redl terminó personándose a recogerlo en un momento en que nadie del servicio de información estaba presente. Sin embargo, aunque dejó una identidad falsa, olvidó un cortaplumas en el taxi que fue rastreado hasta un hotel, donde fue entregado en recepción. La sorpresa de Ronge fue mayúscula cuando descubrió que la persona que vino a hacerse cargo del cortaplumas era su antiguo jefe Alfred Redl.

Conocida la traición, el Alto Estado Mayor austríaco ordenó tratar el asunto con todo hermetismo. Redl fue detenido en el propio hotel, donde reconoció su culpa, limitándose a confesar que durante los últimos años había trabajado para algunas potencias extranjeras sin ningún tipo de cómplices en el departamento. Tratando su falta como un asunto de honor, Ronge le hizo entrega de una pistola y una bala y esa misma noche Redl se suicidó de un disparo.

El Ministerio de la Guerra dio el asunto por zanjado sin querer darle ningún tipo de publicidad para no tener que dar explicaciones sobre la mala gestión del departamento de inteligencia; sin embargo, cuando fueron a registrar su domicilio cerca de Praga tuvieron que avisar a un cerrajero de la localidad. Era domingo y el hombre tardó tanto en hacer su trabajo que no pudo presentarse con su equipo a jugar un partido de fútbol, lo que causó gran enojo al presidente del club, el cual le pidió explicaciones. Cuando el cerrajero le habló de un oscuro asunto de homosexualidad, suicidio y espionaje y el presidente, que a la vez era periodista, leyó en la prensa la muerte de Redl, no tardó en atar cabos y publicó un artículo demoledor que hizo estremecer los cimientos del servicio de espionaje del país. Una vez hecho público el asunto y conforme la policía iba progresando en sus investigaciones, se fueron dando cuenta de la importante magnitud de la información revelada por Redl, lo que se tradujo en una larga cadena de dimisiones y una reestructuración profunda del servicio de información, lo cual, con la guerra a punto de empezar, privó al imperio de tan importante servicio en el momento más delicado.

La autopsia del cadáver de Redl reveló que padecía sífilis en estado terminal, sin embargo nunca sabremos si él mismo era consciente de este punto. Tampoco conoceremos en toda su extensión la magnitud de los secretos que reveló con el país a punto de entrar en guerra, aunque su doble juego revolucionó el sistema de inteligencia que se reestructuró para que no pudiera volver a darse la figura de lo que en ese apasionante mundo se conocía como "los lobos solitarios".

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