El puente

La serie sueco-danesa "El puente" plantea, más allá del suspense policíaco, un grave problema ético y político

Para escribir de la serie sueco-danesa El puente, estaba esperando a terminar de ver al menos la primera temporada, que muchos de ustedes quizá ya conozcan, pues se estrenó en 2011. Si el final no me la desbarata, hay una reflexión interesantísima que hacer. La serie es una versión escandinava de Seven (David Fincer, 1995), en la que el criminal, erigido en justiciero, castiga con despiadados crímenes los pecados capitales, claro que según la tabla, en este caso, de los mandamientos de la fe socialdemócrata. Así arremete contra los privilegiados y poderosos, contra los recortes, contra la xenofobia... Todo conforme con el paraíso nórdico, con sus valores nuevos, sus prejuicios, sus penitencias y su infierno.

Por ahora, voy por la mitad, y a ver cómo acaba. El otro atractivo de la serie no depende ya del desenlace de la temporada. Es la relación entre los dos detectives, una sueca y otro danés. Si me pusiera pretencioso, diría que hay un eco de la relación entre don Quijote (ella) y Sancho Panza (él); aunque, si me pusiese chocarrero, la relación recuerda la de Los ocho apellidos vascos, sacándole jugo a las diferencias culturales entre suecos (norte) y daneses (¡sur!, increíblemente, que todo es relativo). En cualquier caso, la relación entre la rigurosa y fría sueca y el simpático y marrullero danés da mucho juego. Es lo que me ha traído hoy al artículo.

Se toca uno de los temas candentes de nuestro tiempo. La policía sueca, Saga Norén, está obsesionada, entre otras cosas, por el cumplimiento estricto de las leyes, pero a la vez (¿quizá en relación de causa-efecto?) muestra una absoluta incapacidad sentimental y una ceguera para las reglas no escritas de las relaciones sociales, del compañerismo, de la amistad y, finalmente, de la moral no legalizada. El caso del danés Martin Rohde es el contrario.

Si yo fuese profesor de ética o de política, estudiaría este aspecto de la serie, pues muestra la cruda actualidad de este conflicto, su complejidad practica y propone, quizá, que la única solución es un equilibrio prudencial, equitativo, cada vez más inalcanzable, y no esta multiplicación de las penas y las leyes. Lo advirtió explícitamente Tácito: "Corruptissima re publica plurimae leges". Y Donoso Cortés había avisado de que los desfallecimientos morales se compensan con más vigilancia policial. En Dinamarca y en Suecia lo notan, y nosotros no andamos nada lejos.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios