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Lo que puede el poder

El poder creciente que tiene el poder de generar presencia mediática empieza a tener efectos incapacitadores

Hace tres días hablaba del último pulso (por ahora) que están echándose Pablo Iglesias y Pedro Sánchez, los Picapiedra de nuestra democracia. Lo de repetir las elecciones (o no) es, en realidad, una disputa interna del bloque de izquierdas. Tras haber establecido la hegemonía del PSOE en la primera vuelta, Sánchez quiere una segunda para cocinar (vuelta y vuelta) la debacle presunta de Podemos.

Eso, con la perspectiva que da la distancia, está clarísimo para el votante conservador. Dentro del bloque de izquierdas, la batalla radica en el llamado relato: ¿cuál de los dos líderes va a aparecer como culpable de una repetición de elecciones que, según las estadísticas, los votantes de izquierdas desean menos que nadie? Y yo les entiendo, porque es dar una oportunidad (remota pero gratis) a la derecha para rehacerse.

En el bloque de centro derecha también hay movimientos preparatorios para esa segunda vuelta. Con idénticas intenciones de selección natural darwiniana. El PP ha inventado lo de España Suma, como operación de marketing (que ni siquiera han discutido internamente) para consolidar su liderazgo. Vox, consciente de que hay espacio para dos partidos y no para tres, juega (con el viento de los pactos autonómicos a favor) a animar al PP y a Cs a seguir juntos por la autopista del centro, y reservarse para sí el camino a la derecha. Y Cs trata de escurrirse del abrazo del oso de Casado. Rivera quiere seguir soltero a toda costa.

Este es el paisaje a grandes trazos, pero yo quiero subrayar la descompensación. Siendo miméticas y casi paralelas las luchas de posición en ambos bloques, el interés mediático se centra en la que ocurre en el de izquierdas. Lógico: la balanza del poder cae de su lado y tienen en su mano llevarnos o no a unas nuevas elecciones y repetir todo el proceso.

El poder, ya sabemos, consiste en poder. En poder hacer cosas, cuando las hace, o, en todo caso, en poder captar el interés de la ciudadanía, que es su gran tentación en esta sociedad 2.0. Es bueno que el poder tenga límites, pero es una lástima que tenga limitaciones. Una de las más graves empieza a ser esta paradoja: su propia capacidad de protagonismo en la sociedad del espectáculo le distrae (hasta extremos incapacitantes) de su función primigenia y primordial de gobernar para el bien de todos. Aprovecha el foco para sus intereses particulares, sí, pero se pasa y el foco le deslumbra.

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