El sextante del comandante

luis Mollá / ayuso / / Capitán De Navío

Hasta pronto, embajador

SE va un año más el Juan Sebastián Elcano arrastrando consigo los sueños de los que nos quedamos, y con la brisa que mueve su blanco velamen, se lleva también los de sus hombres y mujeres que sueñan a su vez con volver.

No es esta, sin embargo, una despedida más. Como el más distinguido de sus embajadores, protagonista habitual de los coros gaditanos más apasionados, el nombre del Juan Sebastián Elcano ha sido ensalzado a lo largo de los tiempos con letras que hubiera firmado el mismísimo Pemán, mientras que ahora, a los gaditanos que cada año lo despiden a pie de muelle y a los marinos que nos hemos formado profesionalmente en sus cubiertas, nos duele ver manchado su nombre por los mezquinos instintos de quienes han sido sus más indignos representantes.

No importa. Precisamente porque sabe mucho de dignidad, el viejo embajador no tardará en sacudirse el halo de indecencia con que unos desaprensivos intentaron empañar su imagen. Amarrado a su muelle gaditano, cuando la voz del oficial de derrota rompa la majestuosidad de su partida pregonando al viento la vieja oración del piloto a la salida de las Flotas de Indias, volverán a oírse los vítores emocionados de quienes año tras año no dejan de renovar su compromiso con el más emblemático de nuestros barcos.

"Larga trinquete en nombre de la Santísima Trinidad; Padre, Hijo y Espíritu Santo, Tres Personas y un solo Dios verdadero; que sea con nosotros y nos guarde, que acompañe y nos dé buen viaje a salvamento y nos lleve de vuelta a nuestras casas…". Si la antigua oración estremece los emocionados corazones de quienes asisten a pie de muelle a la despedida del buque, el largado de la última estacha pone en marcha la parafernalia de silbatos que no por mil veces vista deja de sorprendernos a todos. Conocedores de la importancia del momento, el comandante y los oficiales guardan silencio mientras siguen atentos los diferentes tonos de silbato con que los contramaestres reparten las órdenes, y así, ante el silencio sepulcral de quienes las ejecutan, las velas comienzan a ascender buscando su acomodo en las alturas, mientras, poco a poco, el buque se recuesta al viento para empezar a devorar las primeras millas de un nuevo periplo.

Tras el altar del Panteón de Marinos ilustres hay un pequeño estanque circular sin otro aditamento que el de siete vasijas que contienen agua de los siete mares del globo, pequeños trozos de mar que renueva el Elcano al término de cada viaje. Con esta liturgia la Armada honra a los marinos españoles que duermen el sueño eterno en aquellos mares en los que nuestros exploradores abrieron las primeras sendas, Juan Sebastián de Elcano, muerto de escorbuto en el Pacífico, entre ellos. Es mucha, por tanto, la responsabilidad de cada uno de los tripulantes del velero, pues representan ante el mundo la hidalguía de los mejores trozos de la historia de España y el sacrificio de nuestros más intrépidos navegantes cuyos nombren lucen hoy en las aletas de los cascos de los barcos más representativos de la Armada, honrosísimo trabajo, pues, que no empaña en absoluto la execrable conducta de unos pocos.

Este año, en su octogésimo sexto crucero, el Elcano visitará, entre otros, los puertos de Ceuta, donde conmemorará el sexto centenario de la toma de la ciudad por Juan I, en agosto de 1415, y Pensacola, ciudad norteamericana en el estado de Florida en la que el buque honrará la figura de Bernardo de Gálvez, general malagueño y gobernador de la Luisiana que tan profundamente se significó en la independencia de los Estados Unidos.

Se va el Elcano y los que nos quedamos en tierra esperaremos su regreso seguros de que una vez más cumplirá su embajada con honor. Dentro de unos meses, satisfecha su misión, regresará a su ciudad, desembarcará a su dotación y volverá a embarcar una nueva que cumplirá ilusionadamente con su deber antes de entregar el testigo a otra, y a otra, y a otra más. Y al pasarse el relevo sonreirán los nuevos ilusionados al embarcar y tal vez alguno de los veteranos derrame una lágrima al desembarcar, pues el Juan Sebastián Elcano es un barco que imprime un carácter inolvidable en aquellos que han formado parte de su dotación.

De cuantas despedidas he presenciado, personalmente me quedo con la del almirante Rafael Lapique, a quien illo tempore me cupo la suerte y el honor de tener de comandante, y que dejó escritas al desembarcar unas hermosísimas letras que permiten hacerse una idea de la huella que deja el barco en quienes han formado parte de él:

Aquella mañana no quise volver la vista atrás. Finalizado mi mando bajé la plancha por última vez y me dirigí al coche que estaba aparcado cerca. Fueron los segundos más largos de mi vida. Por mi mente desfilaron fugazmente los momentos vividos con mayor intensidad:

"A diez millas del Morro se navegará con todo el aparejo…"

"Se gobernará a un descuartelar…"

"A continuación se mareará el viento…"

¡Qué hermoso todo! No se aprende en los cuadernos tácticos ni en los planes de mantenimiento, pero es nuestra jerga, la que asombra a los demás, la de nuestros mayores, nuestra tradición.

Elcano… mi barco. ¡Cuánto te he querido! Te di todo lo que tenía, pero tú me diste mucho más de lo que pude imaginar, porque las impresiones que causan en el alma los efectos espirituales no se imaginan. Por eso aquella mañana, mientras me alejaba de ti no pude contener las lágrimas y, pobre de mí, creí que tú también estabas llorando. Por eso aquella mañana no quise volver la vista atrás...

Adiós Juan Sebastián Elcano. Hasta pronto, viejo amigo. Vuelve a ondear orgullosamente la bandera de España por todos los continentes, y no temas, aunque alguno quisiera volver a mancillar tu honroso nombre, tus blancas velas volverán una y otra vez a deslumbrarnos para demostrar que siendo el mejor embajador, nunca dejaste de ser el más hermoso y digno barco de vela que vieron los mares.

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