Al principio sólo había oscuridad. Menos en Cádiz, donde sólo había levante. Una ventolera gorda, de esas que levantan crestas en las olas de la Bahía y que convertía esa lengua de tierra que nos une al continente, con tal de truncar nuestra añorada condición insular, en un desierto infranqueable hasta para Lawrence de Arabia. Un levante bendito que nos vuelve medio majaretas de amor y pasión por nuestra tierra, nuestro cielo y nuestra mar. ¿Quién quiere vivir sin una pizca de locura, de pasión, de levante? Invadidos por los guiris. Por todo ello entono: Levante nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre; venga a nosotros tu aire, hágase tu voluntad, así en la Tierra como en el cielo, empana nuestras tortillas, perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos que te cargues nuestras sombrillas, no nos dejes caer en la tentación y líbranos del poniente. Amén.

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