La presencia y la figura

Un efecto colateral del confinamiento ha sido la de veces que nos hemos tenido que ver la cara en el móvil

Ayer hablábamos de la fiebre por la imagen que se ha instalado en nuestras sociedades. Lleva a cometer errores de bulto tanto al fotografiado como a la opinión pública, tan deslumbrada por los flashes que termina pensando con los píxeles, que es casi lo mismo que pensar con los pies. En el ámbito privado, el imperio de la imagen es igual de intenso y opresivo.

Ya no recuerdo si escribí finalmente un artículo (o sólo lo planeé) sobre mi incomprensión de las personas de mi edad (madura) que se someten a alguna micro intervención de estética o a un implante capilar o a una ortodoncia o así. Me dejaba perplejo, sobre todo porque ya estaban estupendas y estupendos de antes o, como mínimo, muchísimo mejor que yo, que es lo inquietante. Ese artículo, si no lo escribí, ya no lo escribiré, y si lo escribí, mejor olvidarlo. Con el confinamiento, lo he entendido todo.

No sólo por los kilos que vamos obteniendo y nos obseden y obesan. Además, me he dado cuenta de la cantidad de horas que pasamos viéndonos la cara por mor -que diría el clásico- de las nuevas tecnologías. Uno tiene una teleconferencia del trabajo y allí sale su rostro, ay, en un ángulo imposible, con un contrapicado de mil demonios, expuesta al escrutinio minucioso de todos los compañeros. Y aunque estés hablando de un tema de enorme importancia, no dejas de mirarte con el rabillo del ojo para ver qué perfil estás dando. Luego están los selfies, de los que he huido hasta ahora como alma que lleva el diablo, pero que estas semanas nos han pedido para mandar a los abuelos y a los amigos que cumplían años o vídeos con mensajes de ánimo o oh mira cómo me ha crecido el pelo…

Por lo visto, ya la gente antes del confinamiento tiraba de estas herramientas virtuales. Es la explicación. Cuando te estás viendo y viendo que los demás te ven, empiezas a mirarte. Y vaya por Dios.

Parece una paradoja que, en el trato real, de carne y hueso, con contacto y roce, el físico no adquiera ni mucho menos tanto protagonismo como a través de los medios virtuales. Lo lógico sería lo contrario y, sin embargo, los cuerpos hacen que sobresalga el alma, la mente, la personalidad, todo lo que forma parte del atractivo individual y que no es una tersura del rostro o la línea de la cintura, ¿verdad? Para un católico, esto tiene otras profundas implicaciones sacramentales; pero no deja de ser un efecto importante para cualquiera, si se fija.

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