Las revistas de decoración son, al público femenino, como el porno al masculino. La definición es de una amiga librera y es, si lo piensan, brillante: ambas publicaciones parten de un acusado concepto de irrealidad; son eminentemente visuales, de gratificación instantánea y, a menudo, olvidable. Como el porno, las revistas de decoración-y el catálogo de Ikea, si me apuran- tienen un fuerte componente delusivo: provocan una ruptura significativa entre las expectativas y el encuentro con la realidad. Créanme: soy una gran consumidora, sé de lo que hablo. El porno ha hecho que me sea invivible vivir en cualquier casa. Todo son pegas. Todos son grandes sueños de pequeña interiorista. Todo es insatisfacción extrema. Todo es una hemorragia de dinero con tal de acercar mínimamente ese contexto de utillaje a, cómo decirlo, un surtido de fantasías con Idris Elba.
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