La turistificación causa estragos en Barcelona, el espejo en que se mira el gobierno gaditano a diario. Y hay que atender a la proliferación de pisos turísticos, porque podría afectar en el futuro a capitales como Cádiz, aunque estemos muy lejos de sus porcentajes. El mejor antídoto es la promoción de vivienda pública, como ya debería saber nuestro Ayuntamiento. Y de esta suerte, el gobierno que preside José María González tendría que hacerse mirar por qué no ha logrado imponer su plan para limitarlos. No ha estado fino al plantearlo a vida o muerte, calificando al que discrepe de traidor, con sus cobistas a coro, en lugar de apostar por el debate sosegado. Tampoco hacía falta un pleno extraordinario de autobombo, porque el fenómeno ha caído en picado, como toda la economía, por culpa del coronavirus. Y no ayuda mezclar los pisos turísticos con la idea de frenar en seco las licencias para inversiones hoteleras. ¿De qué podríamos vivir en Cádiz, según los cálculos de nuestro gobierno: de la fabricación de baterías de litio, de la venta de nuestro patrimonio piedra a piedra, de exportar el Levante? El dirigente que no sepa palpar la diferencia entre la realidad y la literatura está perdido. Y el gobierno de Kichi ya ha tenido tiempo de sobra para encontrar, si es que lo buscara, el punto de partida desde el que asentar su proyecto.

En mitad de la polémica, el INE dice que Cádiz lidera este verano el turismo nacional, fruto del esfuerzo de muchos años. Quizá sirva este dato de pista para el gobierno de Cádiz, porque hasta el alcalde saca pecho cada vez que la prensa internacional destaca el destino gaditano. Llevamos tres mil años viviendo, sobre todo, del muelle, el sol y la playa. ¿Qué alternativas existen ahora? Cuando los miembros de Adelante Cádiz llegaron al poder para hacer frente al viejo orden, el tiempo se detuvo. Fueron recibidos como un soplo de aire fresco que necesitaba la política para llenarse de vida y modernizarse. Cualquier falta en las formas se les disculpó en favor de las grandes metas que anunciaron, dispuestos a abrir ventanas y explorar nuevos caminos. Así, el gobierno del cambio fue bendecido por su forma de hacer política, más próxima a la gente y menos académica, como la voz que sabía expresar los problemas del personal.

Desde el primer día, dejaron claro lo que no les gusta: las ninfas, la iglesia, los toros... y el capital. Tú mencionas una multinacional en su presencia, aunque sea para pedir un brandy con cola, y empiezan a sudar. Les encanta declarse enemigos de la guerra, pero no les gusta que la gente pierda el empleo, en una Bahía cuya principal industria está en los barcos y los aviones militares. Tampoco les hace gracia el Mercado Gastronómico -ahí siguen los jaramagos-, ni las terrazas (unas más que otras), ni el uso residencial para financiar la integración de puerto y ciudad, aunque no se les ocurra nada mejor. Las grandes franquicias que tiran del comercio no existen para ellos. Por no hablar de la banca, su gran objetivo. Lo que no han dejado adivinar en estos años gobernando contra el sistema y a favor de la nada, signifique esto lo que signifique y deshaciéndose de los posibles aliados, uno a uno, es lo que les gusta, qué solución proponen, qué ideas les convencen, para avanzar. Eso sí, si no repiten de nuevo, siempre podrán decir que ganaron la batalla a Amancio Ortega y hasta a Bill Gates. Ninguna de las grandes fortunas tuvo nada que hacer en Cádiz bajo su mandato. Ya pueden empezar a celebrarlo.

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